Advertencia

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Los Amores Secretos de Diablo es la historia de un hombre que decide narrar con detalle, sus romances, para complacer la avidez de fantasías de un grupo de presos peligrosos.

Las acciones relatadas en este escrito son ficción y los personajes como sus nombres son imaginarios. Se advierte que cualquier parecido con su realidad o la del autor, es solo coincidencia.

El argumento de la obra es mutable ya que se esta escribiendo, y corrigiendo sobre la marcha, por esa razón periódicamente se publicará un episodio nuevo.

El interés de escribir y publicar este cuento no es más que el de narrar una historia con libertad. Este escrito no tiene ningún fin educativo, ni de formación espiritual, o de superación personal; esto me da la libertad de tratar el tema a mí entera discreción.

El lenguaje utilizado es alegórico al utilizado por el vulgo de la ciudad de Santiago de Cali (Colombia), por eso tanto su jerga como el acento, se emplea de manera generosa.

Los errores de ortografía, redacción y estilo en las entradas antiguas pueden ser corregidos a discreción del autor... Algunas imágenes adjuntas pueden ser sensibles a determinado tipo de lector, pero el único objeto es recrear o ambientar el tema de la historia

Este cuento no lo he concebido como relato erótico, ni como pornografía

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12 diciembre 2007

Capitulo II, Episodio 5



Y de su Amor Estando Viuda

Mis compañeros de celda se miraban el uno al otro, como si estuvieran esperando por un desenlace, mientras tanto yo trataba de sumergir mi visión entre la oscuridad y mis oídos estaban prestos a captar cualquier minúsculo sonido, pero las sombras y los ecos guturales de esta prisión disimulaban las siluetas y los murmullos. El Siete muertos se levanto de su camarote, paso sus manos por el rostro y por sus ojos limpiándolos de legañas, metió sus inmensos pies en sus sandalias Cauchosol; puso en la cama el papel con el nombre de Charol y Sandra seguido de aquellos extraños códigos, el lapicero lo empuño como una daga mientras se ponía en camino hacia la reja.

- Vamos a ver quien se muere esta noche – Amenazando al fantasmagórico sonido.

- Siéntate, lo que haya sido ya se fue – El Siete Muertos termino con su puesta en guardia y con el animo caldeado se tiró a la cama.

- La próxima vez no va haber poder humano que me detenga – Me reprochaba

Me cubrí entonces con la cobija para evitar el ataque de los mosquitos en mis pies; tenía que evitar caer enfermo por Dengue Hemorrágico. En este lugar aquellos insectos llegan como hordas enviadas por Satanás para atormentar a sus victimas y a sus devotos por igual.

Regresa de nuevo el recuerdo de Sandra Cabal en las escaleras de aquellos bloques de apartamentos, de la cobija que de capa paso a ser un techo, de los muros que nos escondía de alguna mirada indiscreta como del viento gélido que bajaba de los Farallones de Cali. Recordé el frío en mis dedos engarrotados y su atrevido ofrecimiento de calentarlos bajo su estrecha blusa.

En efecto mis manos se calentaron y mis dedos recuperados acariciaban las costuras del encaje superpuesto en las copas de acrílico y alambre; elementos que cargaban sus suculentos senos. Mis labios trataban de causar distracción, con sus cambios de ritmo y las múltiples figuras al besar; permitiendo, así, que mis manos ocuparan un palco de honor en su pecho. Pero el odioso acrílico, que en su intento de dar horma y volumen blindaban sus pezones de caricias, y evitando que mis dactilares reconocieran su excitante turgencia.

Acomidiéndose, Sandra manda sus manos a la espalda, soltando los broches del sostén que asfixiaban sus pechos y a mis intenciones. Ella liberaba sus sentidos y mi imaginación; atrás quedo el recluta que esquivaba balas en el monte, porque su virgen la que sus cabellos arrancaría en agonía y de su amor estando viuda los colgaría del ciprés, en vez de guardarle fidelidad se entregaba a una nueva pasión.

¿Estaba siendo elegido yo como su acompañante temporal? Todo parecía apuntar hacia el si. Pues sus pechos semidesnudos estaban expuestos a mis ojos y mis besos, con todo su beneplácito.

Aunque contentísimo de verme contemplando sus atributos, había algo que nos devolvía la cordura, y era la probabilidad de ser sorprendidos en cualquier momento. ¿Por quien? Por el vecino del Zarco que padecía de insomnio: por sonidos menores al que nos interrumpió hace un momento en nuestra celda, salía afanosamente al balcón a protestar. De igual forma La Madre del Zarco, ella era espía de todos, gustaba alojarse en la ventana de su apartamento como una lechuza de campanario, y así observar todos los movimientos que en el interior de la unidad residencial ocurrían, cualquiera carecía de privacidad siempre y cuando ella se instalara en su atrio a buscar información que compartir. O podía ser el portero el encargado de sorprendernos, puesto que cada hora debía pasar haciendo su ronda nocturna, aunque si bien me alcahueteaba todo lo que se me antojara hacer, Sandra podría verse en una posición incomoda y culparme de ello.

Aun así este apasionamiento no permitía que abandonáramos el juego, solo hasta que sentimos los pasos de unos zapatos femeninos que se dirigían hacia nuestro lugar.

06 diciembre 2007

Capitulo II, Episodio 4

Vestida y Alborotada

“Me da pereza subir ahora, creo que me quede vestida y alborotada” era la excusa que me daba por su vertiginoso regreso.

- Cruzo sus piernas largas e inclino su cuerpo, para así terminar sentada en uno de los escalones, abrió sus ojos grandes y sonrió. Esa noche hacia frío, el viento del cerro enfriaba mis manos, el bloque de apartamentos “D” dejaba pasar el viento entre sus paredes y este corría por los pasillos y escaleras.

- Huy si, que frío el que hace allí – Me daba la razón El Zarco.

- Le dije que me dejara ir a mi hogar por una cobija, para que nos cubriéramos del sereno de la madrugada, ella acepto. Llegue a mi habitación y entre todas las cobijas escogí mi preferida: Una cobija suave, lanuda, con un estampado a cuadros color pastel, algo infantil, pero sumamente cómoda. Regrese al lado de mi descomplicada universitaria, me senté a su lado, desenvolví la frazada y le arrope la espalda, luego cubrí la mía.

- Aja ¿Y que mas? - Preguntaba El Siete Muertos.

- Continué mi conversación, preguntándole sobre su vida en Buga. Me lo contó casi todo; me hablo de su familia, de sus hermanas y de sus primas; me relató sobre algunos amigos, de sus compañeros de colegio, del equipo de básquetbol, de sus mascotas y de su novio.

- ¡Que “cagada” tenia novio! – Exclamo La Marrana.

A lo que instantáneamente respondió El Zarco – Como si eso importara –

- Y esa era, incuestionablemente, la verdad. Aunque decía amar a su pareja y con entusiasmo lo describía física y mentalmente, que entre sollozos me contaba que prestaba el servicio militar obligatorio en una zona peligrosa; me dejo en claro que en sus largas esperas, que muchas veces eran de un semestre, ella se sentía sola, muy sola; que de vez en cuando necesitaba sentirse mujer y que había pensado en tener una compañía temporal -

- Lo que estaba buscando era un “man” que le midiera el aceite – Aseguro La Marrana.

- Que le “pegara su revolcadita” - Dijo El Siete Muertos

- Bueno, ¿y quien era yo para decir si estaba bien o mal? Yo solo le ofrecí mi cálida cobija a lo que ella respondió con una sonrisa. Cerró sus ojos y me ofreció con lentitud sus labios entreabiertos. Yo me apresure a besarle suavemente; el beso poco a poco cambio su matiz, se tornaba apasionado y desesperado.

- La hembra le tenia ganas – Interrumpió El Zarco.

En eso podría no estar equivocado mi amigo de ojos azules, pues sentía su pasión en cada beso; su lengua salía y entraba de mi boca, como simulando un coito, sus manos acariciaban mis brazos y mis hombros, yo abandone el psicoanálisis y me deje llevar. La testosterona inundo mi cuerpo, hay alarma de sexo. Deje de besarla, la mire fijamente, mientras ella me recapturaba agarrándome de la nuca.

- Le bese el cuello, después; mientras mis manos acariciaban sus piernas –

- ¡Maricaaaaa! ¿Y que paso? – Pregunto El Siete Muertos.

En ese momento oí que alguien, detrás de nosotros, dejaba escapar un profundo suspiro. Me di la vuelta y levante la mano, indicando a mi corte que cerraran sus picos. O estaba sufriendo de paranoia o realmente había alguien oculto entre las sombras asechándonos.

30 noviembre 2007

Capitulo II, Episodio 3


Y no Era Yo el Cazador, si no la Presa

Me quede parado en el primer escalón, no había sido invitado a seguir a ningún parte, mi misión había finalizado. Me quede mirándola subir los escalones uno a uno, observando como alternaba sus piernas flacas. Pensé ¿Debía seguirla? ¿Debía esperar a que me invitara pasar a su apartamento? ¿Debía pedírselo yo primero? ¿Debía darle un simplísimo hasta la próxima? ¿Debía dejarla ir en silencio?

- Pues claro que debías seguirla… No iba a ser tan lanzada de invitarte a pasar la noche a su lado, el mismo día que la conocíste – Argumentaba El Siete Muertos.

- “Ese huevo quería sal” – Se echaba a reír La Marrana – Tenias que haberle dicho que si quería ver una película de miedo mientras se hacia mas tarde, y ahí aprovechar y “darle como a rata” –

“Darle como a rata” es sinónimo de hacer algo con tal magnitud e intensidad del mismo modo que se le golpea a un ladronzuelo callejero cuando es sorprendido robando. La idea de La Marrana era que me debía quedar teniendo sexo con esa misma capacidad y energía. En contraste con la opinión del Zarco, con su elevadísima autoestima y arrogancia. – ¡Noo, marica! Usted lo que tenia que hacer era darse la vuelta y esperar a que le rogara que se la “comiera”, que vea que usted no se la “rinde” a ninguna “vieja” -

Sonreí en medio de un suspiro.

- ¡Marica, cuente que hizo pues! – Preguntaba La Marrana.

- Mínimo se autoinvitó a seguir… ¡Mucho perro! – Era lo que presumía El siete Muertos.

- No se porque me late que “la hueva” - Refiriéndose a mi, La Marrana – La dejo ir y no le dijo mi “mierda.”

Solo me di la vuelta sin responder una sola palabra, pues me estaba sintiendo algo presionado; al fin y al cabo era mi vida privada, la que estaba exponiendo a la picota publica. ¿Que? si la había dejado ir, ¿Que? si no había contado con la habilidad mental o el arrojo suficiente para convencerla de pasar la noche conmigo, ¿Que? si me pase de atrevido… ¡Que carajos les importa!

- ¡O se la hundió, y hasta los “güevos”! Si, Eso fue – Insistió el zarco

- Pues no. En realidad no fue tan rápido – aunque la verdad solo quería ser modesto un rato, solo hasta que les confesara que a las tres horas de conversar con ella por vez primera, estaba dando mis primeros pasos hacia mi iniciación sexual.

¿Poder de seducción, innato? Podría pensarlo así, ¿Por qué no? Irresistible atractivo y habilidad verbal, mezclado con ese no se que, en no se donde, que hacia que me estrenara con un gran amante ¿Por que no? O Talento en el arte del amar y mucha fortuna, una habilidad expuesta en el momento exacto y en el lugar preciso ¡Pudo ser!

- Otro de sus misterios – Cario sin ningún efecto, El Siete Muertos.

Desde una perspectiva menos egocéntrica, podría ser... Un gran apetito sexual reprimido en ella y la oportunidad de saciarlo en el instante ¿Por qué no?, la lujuria, la lascivia y la promiscuidad como vicio al entablar algún tipo de trato con alguien del sexo opuesto ¿Por qué no? ¿O una amalgama entre determinación y sensualidad, para sumir en sus pasiones, a quien bien le pareciera? Y no era yo el cazador, si no la presa ¡Pudo ser!

-Yo solo la deje ir en silencio. Dio tantos pasos como quiso, hasta que se detuvo en mitad de las gradas; me miro con picardía, me dio una sonrisa y dio la vuelta nuevamente. Le di la espalda y luego sentí que los tacones de sus zapatos chocaban con prisa los escalones. Todo apuntaba a que algo estaba por pasar.

22 noviembre 2007

Capitulo II, Episodio 2


Transpiraba Sensualidad y Provocaba Toda Clase de Malos Pensamientos

- ¿Y Sandra estaba amarrada a un papayo? - Preguntaba irónicamente La Marrana.

- ¡No! De boba no tenia un pelo – Se une a la conversación, aun sonámbulo, El Zarco – Antes por el contrario había que tener mas cuidado con esa mujer –

- ¿Acaso, también vivía en tu unidad residencial, que crees conocerla? – Interrogaba La Marrana al Zarco.

- Pues si es la misma que yo pienso, si –

- Si, ella es – Ahí estaba El Zarco de nuevo, dando fe de lo poco que sabia sobre mis romances – Se había mudado unos meses atrás al mismo edificio donde vivían los padres del Zarco. Aunque la conocía de vista, nunca había intercambiado un saludo formal en todo ese tiempo, solo la miraba pasar de largo con su típico caminar en las puntas de sus pies, sus libros en la mano y su cabello liso, largo y suelto, sostenido por sus lentes.

- Y sin gracia alguna – interrumpía el Zarco

- Es posible – Le conteste airadamente – Pero si vamos a comparar la que me desvirgo a mi con la que te “voló el gorro” a vos, creo que me fue mucho mejor –

El Zarco solo se quedo callado, mientras que los otros dos nos careaban. – Continúo. Aunque el Zarco tuvo un peor principio que yo, había que reconocerlo, Sandra no era precisamente una “top model” Pero traspiraba sensualidad y provocaba toda clase de malos pensamientos el contoneo de sus senos. Era muy difícil dirigir solo la mirada a su cara, cuando se conversaba con ella; un extraño impulso me hacia inspeccionar constantemente las colinas, que sobre sus blusas ajustadas, se alzaban imponentes. Y fue ese salvaje impulso, que me obligaba verla caminar, el que me ponía en evidencia haciendo que ella lo notara y me lanzara una que otra sonrisa coqueta -

- ¿Y fue así que te la levantaste? - Preguntaba el Siete Muertos

- Hmmm no, no fue iniciativa mía. Digamos que sin darme cuenta de eso, ella me venia observando, al parecer yo también le gustaba. Ya que en ese entonces yo tenía algo, que ahora puedo asegurar, es su fetiche preferido –

- ¿Cuál… Cual es su fetiche? – Me preguntaba el Zarco

- Ya se los diré, pero ¿En realidad les gustaría saberlo? – Ya me empiezo a divertir con esto de crearles intriga, de siempre dejarlos en el momento más interesante de sus banales conversaciones. Mira como lucen, parecen lechuzas mirándome desde los bordes de sus nidos; a la expectativa de conocer los gustos, las preferencias, las aberraciones y las excentricidades sexuales de una ciudadana cualquiera. - Venia de estudiar, pues aun estaba en la secundaria, cuando me la encontré esperando en la parada del bus. No era un buen sitio para que ella estuviera sola, alguien podría robarla o tener algún atrevimiento. Así que después de nuestro acostumbrado intercambio de miradas, decidí dar marcha atrás y preguntarle si quería que le acompañara hasta que tomara el bus. Ella asintió y abrió sus ojos como solía hacerlo cada vez que quería expresar asombro; ese gesto me hizo sentir cómodo y me senté a su lado para protegerla. Que ya es tarde, que el bus no va pasar, que hacia donde iba, cual es tu nombre, a que te dedicas, en que universidad estudias… y quien sabe cuantas más cosas se me ocurrieron preguntarle para extender la conversación, de igual modo ella se interesó por mis asuntos. Así trascurrió mucho mas que una hora, era lógico que había perdido el ultimo bus, que no tenia otra opción que esperar por un taxi o caminar y caminar: “no, creo que mejor me quedo en casa. Lo que pasa es que me da una pereza terrible quedarme esta noche sola” bueno, yo podría acompañarte un rato hasta que tengas que irte a la cama, la seguí pues hasta las escaleras que llevaban hasta su apartamento, el ultimo del edificio.

15 noviembre 2007

Capitulo II

Un Bobo Amarrado a un Papayo

Entre las risas del Siete Muertos y La Marrana, alcance escuchar algo que se arrastraba en la penumbra del pasillo, presentí que podría ser un guardia que venia transitando con la linterna apagada; pero, ¿a esta hora, solo y con Las Ratas pernoctadas a lo largo del pasillo? No lo creo. Levante mi mano indicándole a mis compañeros que no estábamos solos. Que había alguien mas escuchando la conversación.

- ¿Que viste? – Susurra La Marrana.

- Ssssshiiiiiii –

- Yo no veo nada – Agrega El Siete Muertos – ¿Que viste vos?

- No se, me dio la impresión de que alguien estaba cerca de la reja – Les hable en voz baja.

- Debe ser Berta la “descachuchadora” que viene por tu “chichi” – agrega jocosamente La Marrana.

- Ja ja… Tan chistosos los “Hijueputas” – Me di la vuelta y respire profundo.

- Y bien… te iba hacer una pregunta… eh, si no perdiste la virginidad con Charol Camacho, ¿con quien fue? –

- Carlitos… Fue con una vieja amiga… Sandra -

- ¿Y como era? – Continúa Preguntando el Siete Muertos

- Pues era uno o dos años mayor que yo. Había acabado de llegar de una pequeña ciudad al norte de aquí, donde todas las familias tienen un tío bobo amarrado a un papayo, Guadalajara de Buga.

- ¿Y como es eso del bobo amarrado a un papayo? –

Esa manía de la gente de andarme preguntando cosas que no tengo por que saber. Y yo lo que no se, lo consulto, o si no me lo invento, el objetivo es no quedarme callado.

- ¿Pues que te digo? Los bugueños tienen una leyenda que casi desplaza a la del Señor de Los Milagros, y es esa, la del bobo: Un día, estaba mi profesor de redacción dando un acostumbrado discurso sobre política y economía criolla, y toco el tema de las familias todopoderosas de las pequeñas villas colombianas: realmente nacidos en cuna de oro, de ancestros europeos, con apellidos reconocidos y respetados, y fortunas incalculables que les daba el poder de poner todas sus fichas, políticas y sociales, en el orden que mas le conviniera, y de ese modo seguir siendo los señores feudales. Con los hijos graduados en las mejores universidades de Europa y Estados Unidos y las hijas ganadoras de algún certamen de belleza y educadas exquisitamente en artes & letras, glamour y relaciones personales; no podrían emparentar con plebeyo alguno, fueran mestizos, mulatos; o sus “degradaciones”, algún tresalbo o quizá un grifo... o peor aun, zambos, o sus “engendros” interraciales, un zambaigo o un zambo-prieto. Talvez si le echamos mas leña al fuego, de este sancocho racial podrían desdichadamente casarse con algún mulato-prieto, un coyote, un jíbaro o un cambujo. Quien iba a permitir pájaros negros o indios en tan bello árbol genealógico caucásico.

- ¿Qué, que?-

- ¡No pierdas el hilo! – le reproche al Siete Muertos – y como no habían muchos europeos no judíos rondando por las haciendas del Valle de Cauca. No tenían otra opción que casarse entre ellos, evitando así el mestizaje y la dilución de la fortuna. Entonces el incesto dio paso a la consanguinidad de la crema y nata social, y como el pobre quiere parecerse, actuar, vestir, y concurrir donde el rico, estos empezaron a cuidar sus apellidos criollos y humildes, casándose entre primos hermanos y primos segundos, y ganar algo de alcurnia. Y empezaron a germinar, en ambas esferas sociales, los primogénitos deformes y bobos, que por defectuosos y peligrosos terminaban siendo amarrados en uno, de los dos patios que suelen tener las clásicas casas de adobe, en el calido Valle del Cauca. ¿Y por que de un papayo?… ¡Que carajos voy a saber! A lo mejor porque crecían mas rápido que los desdichados vástagos, terminaba mi profesor confesándonos, que de su familia, el bobo del papayo ¡Era el!

11 noviembre 2007

Capitulo I, Episodio 12



La Respiracion de la Sacerdotisa de Eros

Ya estando completamente desnuda el escenario era otro; quizás los nervios que te envolvían, dejaba en segundo plano la excitación conseguida; la barbilla te empieza a bailar de arriba abajo haciendo que tus dientes chasquearan, un temblor incontrolable que se apoderaba de tu cuerpo hacia creer que estuvieras bajo cero, desnudo y empapado.

Pareciera que su experiencia le permitiera entrever, que estabas a punto de tener un colapso nervioso; con sus pechos bamboleantes y sus pezones morenos apuntándote como si esperaran por la orden de disparen, se acercaba a tu lecho; y poniendo una mano en tu huesudo y lampiño pecho, te empujaba, suavemente, a tomar una posición de reposo; su vos calida te decía que te tranquilizaras, que no había nada que temer, que pensaras que era solo un juego.

Te abrazaba maternalmente mientras incestuosamente desabotonaba tu pantalón. Quitatelo “sardino” hermoso, era la orden que sin intentar alegar empezabas a cumplir. Con tus pantalones en las rodillas la camisa en el suelo, los zapatos en algún lugar debajo de la cama, no tenías más elección que sucumbir ante su treta sin buscar escapatoria.

Sus labios recorrían tu cuerpo, probando cada parte de el, mientras una mano acariciaba tu sexo por encima de lo húmedos y ridículos calzoncillos escogidos por tu madre. Una ligera erección estaba por venir, pero vacilaba en su arribo, por el temblor que te poseía como un maléfico fantasma.

Cerrabas tus ojos y escuchabas todo: la gente bebiendo que golpeaba las copas y las botellas, un tango del “Morocho del Abasto”, carcajadas, el clic-cloc del reloj de cuerda, la respiración de la sacerdotisa de Eros, tu propia respiración y el reventar de la saliva que lubricaban sus besos. Demasiada percepción auditiva, demasiada sensibilidad al tacto, demasiada capacidad olfativa. Las puntas de sus pechos rozaban tu piel, su cabello ensortijado cosquilleaba tu cara, el vellón de su pubis pintaba como brocha, tu pierna, con su calido néctar. Pero la inexperiencia te mantenía ahí, inmóvil.

Su mano entra decididamente por debajo de los calzoncillos y sostiene tu erguido sexo, como a un pollo se le sostiene por el cuello; el vaivén de su mano te hace recordar las ocasionales y temerosas masturbaciones por miedo al castigo de Dios, (como si el estuviera tan desocupado para fijarse en quien “se la hace”) o peor aun, a la salida sorpresiva a través de un espejo del mismísimo ¡Diablo!

- Diablo, Diablo… ¡mierda este “man” se nos va a quedar embobado del totazo, un día de estos! Respondeme si te llevaron donde una descachuchadora –

- ¡Ja! Se debe estar acordando – Exclama La Marrana.

- ¡Que no, que no! – Conteste bastante molesto. - Solo imaginaba como seria ir donde una -

- ¡Uy si, como no! Recordar es vivir - Continúa burlándose La Marrana en compañía del Siete Muertos

- Imbéciles, algunas veces se comportan como “culicagados”. “Mamones de mierda”, ¿no tienen más que hacer? -

- ¡No! – Contestan al unísono, mientras se tapaban la boca con las almohadas, para evitar que los guardias escucharan su acto de indisciplina carcelaria.

31 octubre 2007

Capitulo I, Episodio 11

Como Si de un Pecado Mortal se Tratara

De su cintura, sacaba una llave atada a una cintilla, la enclavaba en el ojo de la cerradura, viraba la llave haciendo que el pasador abandonara su severa posición. La pesada puerta de madera se abría parcialmente, ella daba un paso al frente y mirándote a los ojos dibujaba una sonrisa zalamera… te invitaba a seguir.

Un armario de dos puestos, un tocador atiborrado de pelucas, maquillajes, perfumes y joyeros, y en el, empotrado, un gran espejo de cristal de roca, un baúl de hierro forjado y madera, una percha libre de abrigos, una cama doble vestida de blanco, un tapete persa, una bacinilla esmaltada y un catre auxiliar. Al otro costado un nochero, un reloj despertador y una lámpara con flecos. Atrás un escritorio, un teléfono de mesa, algunos libros, un porta retratos con la foto de una anciana, una botella de aguardiente local, dos copas y un antiguo tocadiscos a tres revoluciones.

Te traslada hasta el catre, te observa fijamente mientras con otra sonrisa te preguntaba si alguna ves habías besado a una mujer, obviamente ibas a decías que nunca, como si de un pecado mortal se tratara. Luego se para y camina hasta el tocadiscos pone la aguja sobre los surcos del acetato, aumenta la velocidad a 78 revoluciones; sonaba un tango de erótica armonía, que ella tarareaba mientras servia dos copas de licor. Brindaba por ti y por tu juventud mientras deslizaba entre sus brazos la bata que cubría su ropa íntima, su vaporoso vestido dejaba ver sus pechos aun erguidos y su vello púbico rizado.

Demasiadas cosas nuevas estaban pasando, para poder razonar. No podías pensar si asumir el reto o escapar por la ventana, solo pasabas el trago de aguardiente que quemaba tus entrañas y mirabas atónito su cuerpo. Se acerca a ti mientras te invitaba a bailar aquel tango que se suspendía como polvo en el ambiente, aunque sin saber dar un solo paso te pegaba a ella y hacía que reposaras tu cabeza en sus pechos. El olor a musk entraba como veneno por tus fosas nasales y viajaba a tu cerebro entumeciéndolo, de ahí sentías que recorría por tu espinazo hasta la punta de tus dedos, luego de alguna misteriosa forma, el olor de lejano oriente se acumulaba en tus testículos haciéndolos mas pesados de los normal. Con cada oscilación de los cuerpos al ritmo de los bandoneones y el piano, ella frotaba mi sexo con su pierna.

Cuando sentía que estabas un poco mas tranquilo, se detenía a quitarte la camisa, desabrochándola botón a botón, al tiempo que con sus uñas, maquilladas de rojo, dibujaba los contornos de tu inmadura anatomía. El golpe de la aguja con el borde final del disco hacia que automáticamente el brazo de la radiola abandonara su función, marcaba el momento de seguir a la cama.

Recostados en su lecho, cruzaba la pierna sobre tus caderas y ponía tu mano sobre ella. ¡Acaríciala! te susurraba al oído. Eran muy suaves, una fina capa oleosa se pegaba a tus manos y las hacia deslizarse con ligereza; el trayecto se alargaba recorriendo sus pantorrillas, sus glúteos y sus caderas. Acercaba sus pechos punzantes a tu rostro haciendo que captaras toda su atención en ellos. ¿Los quieres tocar?, ¡noooo! que va, yo solo los miraba. Te empuja la mano hacia ellos y hacia que los oprimieras suavemente. ¿Te gustaron? Tan solo asientes. Tu cerebro aun no se recupera de tanta sorpresa.

De repente se levanta de la cama, se aleja hacia el peinador, mueve su cabellera hasta que descubres que en realidad no es rubia, pone la peluca sobre una base de madera, retira las pinzas y deja caer su cabellera morena; puede ser que ahora se vea mas atractiva y que eso te haga sentir mas cómodo. Ella sabe que la observas y te mira en el reflejo del peinador. Se da vuelta y retira las tirillas del traslucido vestido de sus hombros, dejando que este se caiga a sus pies; con el tus pupilas y tu barbilla.

23 octubre 2007

Capitulo I, Episodio 10

La Virginidad del Diablo

- No se, pero creo que hubiese sido tan mágico como el primer beso que le di, lleno de mariposas, de estrellas fugaces y luces de arco iris – Le respondí al Siete Muertos de manera burlesca.

Interrumpe La Marrana haciendo vocecillas y musarañas - Mariposas, estrellas fugaces y luces de arco iris… ¡Maricones! Parecen “viejas” hablando así, Cuidado los escuchan las Ratas... se los “culean”, como quieren hacer con El Zarco –

- Ya veo que a este, los sentimientos le producen alergia – Le reproche a La Marrana – Estoy seguro que de haber hecho el amor con Camacho, hubiese sido algo muy especial, pues hubiésemos perdido la virginidad, tanto ella como yo.

- ¿Vos eras virgen, también?

- Seguro, si esa fue la primera mujer, entre comillas, que no me fue esquiva –

- Ríe jocosamente La Marrana, - Sigan hablando pendejadas y va ser otra la virginidad que les van a “volar” a ustedes dos –

El Siete Muertos, Lucia tan intrigado con esta conversación que nuevamente podía adivinar la próxima pregunta que me haría. ¿Como demonios perdí mi castidad? En ese momento llego a mi mente la imagen de Sandra la universitaria. Desnuda y sentada en la cama, con las piernas cruzadas, y esa sonrisa de picardía y maldad al tiempo. Ya recuerdo sus pechos suculentos colgados en su delgado cuerpo, y la luz de la calle que entraba por su ventana iluminándole parte de su desnudes.

- ¡Eey! Diablo, ¿de que se acordó? – Llamándome la atención el Siete Muertos.

- Pues… que mas va a ser. Que se acordó de la hembra que le quito la virginidad. Cuando lo llevaron a donde Berta, la “descachuchadora” - entre risas interrumpe nuevamente La Marrana.

- ¡No jodas! ¿Te llevaron donde una “doña”? – me preguntaba, risueño, el Siete Muertos.

Bueno nada de raro tendría eso aquí en Cali. De la generación de mi padres hacia atrás, todos habían sido iniciados por la madame de la casa de citas de barrio; después de una extraña invitación hecha por el tío más vago, por el primo oveja negra, o por un compañero de trabajo del papá, a tomarse una cerveza en aquella casa donde todos los días están celebrando algo.

Ese fue el único día que se tenía permitido tomar, fumar y sentarte a participar de la conversación de los adultos. Es el único día que estos antipáticos individuos te hacían demostraciones de camadería y admiración. Constantemente te hablaban de la transformación, de niño a hombre, de los pantalones cortos a los largos. Y de todo lo que te correspondería después de esa noche. Que carajos había detrás de esa brillosa puerta de madera, ¿una maquina del tiempo, una cámara de transfiguración, o una fuente de la eterna juventud? ¿Que demonios escondía esa habitación que todos aquellos que te hablaban, cruzaban su brazo sobre tu hombro y dirigían la mirada hacia aquel lugar?

Cuando las cervezas habían hecho efecto y después de soportar varias botellas de su sabor amargo, se sentaba a la mesa una señora cuarentona, envuelta en una levantadora verde de seda y encaje, con los cabellos rizados y rubios, con exceso de rimel y pintalabios, un pegajoso olor a musk dulzon y aliento a ron, que te daba la bienvenida a ese lugar y lo ponía a tu entera disposición. Después de su saludo meloso, se retiraba para hablar con el causante de tu estadía en aquel sitio, el tío vago, el primo oveja negra, o el colega de tu padre, quien le susurraba al oído y le daba instrucciones mientras le acariciaba la entre pierna. La Doña sonreía con picardía mientras te miraba de arriba abajo y alargaba su mano para acariciar tu rostro. Rebosante de coquetería se volvía hacia ti, te tomaba del brazo haciéndote abandonar la silla mientras te preguntaba de nuevo el nombre. Tan solo hacías una marcha nupcial hacia el aposento de la pesada puerta de madera coloreada con pintura de aceite, pronto te ibas a enterar que había adentro.

18 octubre 2007

Capitulo I, Episodio 9


Más de Orgullo, Que de Corazón

El Siete muertos da la vuelta hacia mi, y con vos susurrante me pregunta – “huevon” ¿y por que nunca te la llevaste para otra parte? No se ¿A lo mejor a tu casa o la casa de algún amigo?-

- Bueno eso era imposible; primero, porque la mama la controlaba mucho y no le hubiesen dejado pasar de las escaleras; segundo, ella era obediente a los preceptos de sus padres y tercero todo era un secreto, nadie podía enterarse –

- ¿Y por que era secreto? –

- Pues porque temía algún castigo de los padres y a la orden de alejarse de mí, y creo que fue la mejor idea que se nos pudo ocurrir, así tenia acceso hasta su habitación –

- ¡Je, je picarón! – luego se callo por unos minutos.

De nuevo el Siete Muertos levanta la cabeza, y me lanza una pregunta - ¿y por que terminaron?

- Técnicamente no terminamos, porque nunca fuimos novios, pero si dejamos de besarnos a escondidas fue porque ella se intereso por un vecino. Maldito cabezón de mierda, aun lo recuerdo con su cara de tonto acercándose a la casa de Camacho, ¡Agazapado! –

- ¿Te la robo?

- Aja, se arrimaba con la excusa de querer ser su mejor amigo, y yo nunca lo vi como un competidor potencial, creo que me confié demasiado –

- “El que da papaya” -

- Si, se la parten –

- ¿Y aun te duele eso, estas molesto? –

- No que va, Siete Muertos, solo que aun siento rencor, puede ser más de orgullo, que de corazón –

- Diablo, hay que olvidar –

- Yo… no olvido –

- Y seguro que ese si “se la coronó” –

- No creo. Ellos si fueron novios oficiales y se que el intento muchas veces tener sexo. Pero aun estando con el y después de algunos meses de relación tormentosa a su lado, ella me confeso que era conmigo con quien quería perder la virginidad –

- Hmmm… No comprendo –

- Yo si, ella decía que el era muy torpe, mientras pensaba que yo podía ser muy ágil y delicado con su desfloración –

- ¿Desflora… que?

- Desfloración… o sea “la descorchada” – haciendo el sonido del corcho cuando abandona la botella de champaña –

- ¿Como crees que haya sido, de haber pasado? –

09 octubre 2007

Capitulo I, Episodio 8


Ni Tiempo, Ni Experiencia

El Siete Muertos traqueo los huesos de las manos, apago la luz y todo quedo en profunda oscuridad. En esta ala del edificio se escuchan desde las pisadas de las botas de cuero y vinilo de los guardias, hasta la tos, el murmullo o las carcajadas de los reclusos; todo en un profundo eco. Yo podía escuchar hasta cuando los ojos de mis compañeros, abiertos de par en par, se movían de un lado a otro.

El Siete Muertos rompe este silencio con una pregunta – ¿Diablo, y como te “levantaste esa hembrita”?-

Mmmm… - ¿Como carajos fue que la conquiste, me pregunte? – Creo que no tuve que hacer nada… Creo -

- ¿Fue amor a primera vista?- Pregunta La Marrana.

- Ja, ja, ja! – Se escucho lejos mi carcajada y una luz de linterna me irradio la cara – ¡No!, Por su puesto que no. Cuando la vi por primera vez, me pareció un mamarracho –

- ¡Ven se los dije, la “vieja” era gorda y fea! – interrumpe El Zarco y todos se echan a reír. La linterna vuelve a centellear mi cara y se queda por unos segundos, retando mis pupilas. – la mama le mandaba hacer la ropa. Por lo general vestía unos conjuntos algo infantiles, calzaba unos horribles botines de cuero negro, el cabello sujetado por colas y unas gafas enormes. Era muy tímida, siempre pasaba con la cabeza gacha y no respondía a ningún contacto visual. Yo le apode la “nerda” y molestaba a un vecino, que si era el típico “nerdo”, con ella. Le decía que podía ser su novia, ya que harían buena pareja. Sin entender la dimensión de las cosas el me devolvía la injuria, argumentando exactamente lo mismo.

- Y el mundo que da vueltas, termino dándole la razón al Nerdo, acabo siendo la novia del Diablo, je, je. Charol Camacho y El Diablo son novios, Charol Camacho y el Diablo son novios…- Se mofaba El Zarco.

- Bueno, con el tiempo nos hicimos amigos, y empecé a descubrir lo que los demás no veían, lo que los demás pasaban por alto, por fijarse solo en su ropa, en su calzado o en sus gafas. Me gustaba pasar las tardes en las gradas que me llevaban a su apartamento, mirándole las piernas; morenas, consistentes, sanas, voluminosas; convertirse en esas dos nalgas redondas. -

- ¿Y como eran las tetas? – Interrumpía La Marrana.

- A decir verdad, no eran tan voluminosas como sus extremidades. Pero de vez encunado salía a su puerta en pijama y podía notar sus púberos senos contonearse con libertad al ritmo de la conversación. Al diablo la ropa, ¡yo la quería desnuda! Completamente desnuda. -

- ¿y nunca la pudiste tener así? –

- no hubo ni tiempo, ni experiencia para hacerlo, era un trabajo arduo hacerla entrar en éxtasis, me debía ingeniar mil formas de besar. Cuando por fin lo conseguía nos íbamos a su cuarto a rozarnos y cada vez que estaba sobre ella, moviéndome al ritmo de sus ganas, algo nos hacia liquidar el momento. -

- ¿Y saltar por la ventana? - Pregunto el Siete Muertos.

Y saltar por la ventana, ¿no es así Zarco? – El estaba ya profundamente dormido, su mente olvidaba que al otro lado de los barrotes, lo acechaban las ratas

03 octubre 2007

Capitulo I, Episodio 7

Caterva de “Ratas”

¿Y por que le llamaba así? ¿Había acaso aniquilado a siete personas? Es lo que se deben estar preguntando al escucharme mentar este sobrenombre. Afuera como adentro era célebre la fama del Siete Muertos, tanto así, que algunos de estos presos le cedían el lugar, le hablan con respeto y algunos hasta miedo le tenían. Y no era para menos, ambas manos estaban multadas.

Algo me llama la atención y despierto de este trance

- Muchachos es el maldito llamado de entrada – Suspira con profundidad y deja escapar con el aire algo de resignación, el preocupado Zarco – Algún día mandare a incinerar a esos malditos locos.

- Mas bien váyase poniendo vaselina en el “chiquito” Que ya sabe lo que le espera – Se mofa La Marrana mientras le palmotea la nuca al Zarco.

- Tranquilo pela’o que a quien me le toque un pelo, “le rompo todo lo que se llama cara” – frase rayada con la que el Siete Muertos trataba de darle animo a mi atribulado amigo.

Era el llamado para entrar a las celdas. Hoy El siete Muertos, La Marrana, El Zarco y Yo ocuparíamos la misma cámara, Pagamos muchísimo dinero para que fuera nuestra y otro más para que nos cambiaran de lugar. El hacinamiento, el desorden y la peligrosidad en esta cárcel son tan altos, que podríamos darnos por cómodos y bien servidos.

De todos modos estábamos obligados a cruzar los pasillos donde pasaban la noche los presos menesterosos; sorteábamos los cartones y periódicos que tendían, y apartábamos con cautela las toallas y mantas que colgaban en las rejas para resguardarse del sereno. A cada paso un comentario, un insulto, un piropo emanaban desde las fauces de esa caterva de “ratas”. Al mismo tiempo que resistíamos sus insolencias aguantábamos sus malos olores. Era claro que entre estos parias el uso de implementos de aseo era nulo; sumado al aroma de sobras avinagradas de comidas, que algunos guardaban; mientras otros orinaban y defecaban en ese mismo lugar.

Este era el gran tormento del Zarco, quien había subido de peso y rapado su cabeza, para intentar restar la belleza innata de su rostro y de sus ojos. Beldad que era codiciada por cada uno de estos cínicos. Traumatizado llegaba siempre a su calabozo, sabiendo que su trasero era el más apostado en los dantescos pasillos. Ahora estaba un poco mas seguro con nosotros.

- Marrana, dale agua al zarco. En el cajón hay cuatro vasos –

- ¡Mierda! – Exclamo La Marrana. - esto es toda una suite: cuatro vasos, cuatro camas, cuatro toallas, ventilador, radio, lámpara, el sanitario funciona –

- No te atengas demasiado, Caligula es generoso con nosotros pero nada de esto es gratis, aun no se de donde saldrá la plata para pagarle la renta. ¿Alguna idea Zarco?

- No me jodas ahora – me contesta, mientras busca refugio en el lugar más recóndito del camarote.

El Siete Muertos se instala debajo del Zarco, dobla su uniforme y sobre este pone el papel con mi listado de romances y los extraños códigos.

Pasa el guardia y golpea con su bolillo las rejas de nuestra celda. - ¡Apaguen la hijueputa luz! Ya es hora de irse a dormir. Ah y que disfruten su pieza, manda a decir el “gonorrea” de Caligula -

27 septiembre 2007

Capitulo I, Episodio 6

El Abominable Siete Muertos



- ¿Que significan estas letras seguidas del nombre, algún código? –


Pregunte al Siete Muertos, bastante intrigado debido al conjunto de raras inscripciones que anotaba junto al nombre de Carol Evelia Chamorro.

- Cosas, diablito, cosas –

Y una sonrisa de picardía se le dibujo en su feo y maltrecho rostro, lo que me produjo aun mas curiosidad de saber que se proponía a hacer.

 – ¿Cuantos años tenias, en ese entonces?

- Creo que dieciséis o diecisiete – Conteste inseguro.

- ¿Y ella?

- Mmmm… Ella era un par de años menor que yo – De eso tampoco estaba seguro.

- ¡Empezaste rápido! – Interrumpió la Marrana.

- Mas bien lo hizo tarde – Le contradijo el Zarco.

- ¡Bueno! - Exclame bastante molesto. - Primer punto: Mi sexualidad debía empezar en el momento que debía ser, estoy totalmente seguro que no tenia por que ser antes ni después. Segundo: Yo escogí la persona con la que quería experimentar este tipo de cosas, y gracias a Dios fue así; esta persona pudo haber sido como vos la describís – Señalando al Zarco. – ¿Posiblemente tengas algo de razón  ¡Que mas da!... Si con ella me sentía bien, entonces escogí bien -

Terminado mi airado discurso calle profundamente y una neblina de suspenso se poso sobre nuestra celda.

- Eso esta bien diablito, mejor que todo fue así – Asintió el Siete Muertos mientras ponía su mano sobre mi hombro.

Al hacer esto el Siete Muertos me lleno de cierta simpatía, y me hizo perder el interés generado por su listado y los códigos usados en el.

Carlos Conde, Alias “El Siete Muertos” solo podía inspirar cariño a pesar de tener un esqueleto de dos metros enmarañado en mas de cien kilos de grasa y músculo, con un rostro de gigante de los pantanos y una densa melena grasienta. Tenia unos ojos pequeños que se escondían detrás de su prominente hueso frontal y de su singular nariz aguileña. El rasgo que mas sobresalía era su quijada de bulldog ingles, la que hacia que se le dibujara una dulce sonrisa desencajada, calzaba tanto que había que importar sus zapatos, y del mismo tamaño sus manos, las que no encontraban guante donde caber. Su pecho se expandía con generosidad como si llevara siempre puesto un chaleco antibalas, y las piernas tan poderosas que respondían a todo este peso. Este trigueño de cabello y ojos oscuros desentonaba con el tamaño promedio de su raza.

Este cíclope binocular poseía tanta fuerza que solía trabajar instalando y reparando neveras, lavadoras, hornos y cualquier otro electrodoméstico que nos superara en peso, siempre y cuando hubiese un cliente que viviera en un tercer piso el se hacia indispensable. En sus ratos libres iba a un instituto técnico a aprender herrería y forja artesanal, arte que se le facilitaba al poder doblar varillas de hierro, cortar alambres y tubos de alto calibre. Pero su verdadera pasión era la electrónica, disciplina que lo relacionaba con el Prometeo Moderno de Víctor Frankenstein. A pesar de esa condición colosal, el Siete Muertos no era un hombre violento, o huraño, ni mucho menos ermitaño. Por el contrario, el tenía un gran sentido del humor, era bonachón y muy tolerante; su  jovialidad era tal que siempre te recibía con un abrazo rompe-huesos, de esos que apartan tus pies del suelo y te dejan sin aliento.

Lo conocí en mi primer trabajo, cuando recién había superado mi mayoría de edad, juntos nos ocupamos en un nuevo parque de diversiones que construyeron a las afueras de la ciudad. En ese lugar tenia a mi cargo una diabolica atracción llamada la casa del terror y el actuaba allí junto a una docena de infelices. Su porte siempre lo hacia merecedor del papel protagonico del monstruo de Frankenstein, y en otras ocasiones, según se le necesitara, interpretaba personajes como el Pie Grande americano, el Yeti del Himalaya, o el Godzilla japonés, entre otras bestias. En las tardes, cuando el parque temático cerraba al publico, El Siete Muertos y yo íbamos por cerveza para luego sentarnos en cualquier parte a beber y a hablar de los fiascos amorosos de la época, tal vez por esa situación en particular sentíamos tanta empatía el uno por el otro. 

Con el pasar de los años tomamos rumbos diferentes, abandonamos el parque de diversiones. Yo me concentre en mis estudios universitarios y el en un reconocido instituto para por fin hacerse técnico en electrónica; El Siete Muertos quería dejar su negocio de las pesadas neveras, aunque este le proporcionara lo justo para sobrevivir, pues su ambición era ser ingeniero; no se si el mejor, pero si el mas grande. 

Carlos y yo nunca perdimos contacto, cuando estábamos en libertad solía encontrármelo en los centros comerciales a donde yo iba para pegar mi nariz en los ventanales; el solía correr a darme un abrazo, me sacudía y me levantaba varios centímetros del suelo como si fuera un bulto de plumas (yo odiaba que lo hiciera, pero la fuerza que debía hacer para que no se me escapara el aire de los pulmones lograba que me diera risa, y el pensara que me hacia tan feliz)

Recuerdo que constantemente el expresaba que era capaz de dar su vida por mi, y que cualquier persona que me quisiera hacer daño tenia que saborear uno de sus puños primero, juramento que lo creía en vano hasta que me lo demostró con hechos, fue así que después de aquella cinematográfica pelea, lo apode “El Siete Muertos”

19 septiembre 2007

Capitulo I, Episodio 5



Los Cueritos al Sol

- Ey! Diablo, despierta – Me llama la atención el Siete Muertos. –¿Pero como fue que paso?

- No estoy seguro sobre como empezó todo, y esa es la verdad, solo se que alguna conversación nos llevo a Camacho y a mi a discutir, luego me acerque a su rostro para vociferarle algo, y ella seducida por mi altanería busco la boca, y…. Pues bueno ¡Ya estuvo bien! La bese, y esos besos me llevaron a acariciarla… ¿Que mas puedo yo contarte? -

Era costumbre de Camacho y yo terminar nuestras pláticas sacándonos los cueritos al sol, discutíamos sobre quien quería más a quien, y quien hería más a quien; y estábamos en medio de una reñida conversación cuando yo le trate de restar importancia a todo diciéndole que ella podía hacer con su cariño por mí lo que quisiera, que igual nunca habíamos sido novios, tan solo dos amigos que se besaban, que ese rol que jugué en su vida no me hacia, para nada, importante, ni ella a mi. 

Camacho se callo de inmediato, se llevo una mano a la boca y sus ojos se llenaron de lágrimas. Yo había vencido, fue un golpe contundente. Entre sollozos apretó los dientes y me dijo: “No vuelvas a decir eso, tú y yo si fuimos novios”. Se repetía la misma historia de siempre, yo corriendo hacia ella, tomándola en mis brazos y reclamándole:

- Nunca fuimos novios porque tú nunca lo quisiste -

- Si lo quise, pero nunca entendiste que debías pedírmelo – Contesto Camacho.

Me respondió con suavidad al tiempo que cerraba los ojos y me ofrecía la boca. Yo la miraba indeciso pues había pasado mucho tiempo desde aquella vez que la bese por primera vez. Sus besos ya no eran los de esa niña tímida que besaba por primera vez, por el contrario, sus brazos se cruzaron alrededor de mi cuello y me atrapaban como serpientes constrictoras, su lengua se menaba en mi boca seductoramente y su cuerpo se movía con un vaivén excitante; permitió que le sujetara sus maravillosas nalgas con fuerza y las caricias no demoraron en venir; mi mano derecha migro hacia arriba entrando bajo su camisa y luego bajo su sostén, capture sus turgentes senos y eran tal cual los imagine en mi adolescencia, suaves, redondos, consistentes, del tamaño justo de mi mano; de pezones morenos, pequeños y rígidos, hechos para mi. Que delicia fue acariciar esas tetas, ya que siempre quise hacerlo a piel desnuda. La vida me la quito justo antes de poder tocar con mis dedos sus cándidos pezones.

Mientras amasaba con tanta incomodidad su seno y trataba de levantar su camisa para por fin ver aquellos pechos desnudos, ella me dijo: "Este no es el momento indicado, el nuestro ya pasó, pero aun así tengo muchas ganas de hacerlo". Le calle la boca con un beso y puse atrevidamente mi mano izquierda en su vasto pubis, no quería mas palabras que entorpecieran este momento.

Nos devorábamos los labios y las ganas nos quemaban el sexo, acariciábamos nuestros cuerpos a medio desnudar, mi mano ansiaba coronar su pubis para mí. Tomo mi cabeza con sus fuertes manos empujándola hacia abajo, hacia su vientre, y mi boca que recorría entero este trayecto por su piel vagabundeo por esos deseados pechos con dirección a sus pezones morenos, pequeños y rígidos. Como si la historia diera vueltas en círculos, Camacho giro su cuerpo lejos del mío y me dijo:

¡No!

-¿No? No, ¿Que? Maldita sea. Si todo estaba bien, todo iba perfecto...

Me senté, con una decepción profunda, en una silla del comedor mientras ella se organizaba la ropa.

- Lo siento - Y menciono tristemente mi nombre.

Inmediatamente después cruzo por la puerta su padre, aquel Sargento retirado del ejército, curtido de la guerra y fortísimo como un camión, que estiraba su poderosa mano para saludarme, mientras sonreía cándidamente por debajo de su bigote. Me llamo por mi nombre de pila y me dio tres golpecitos en la espalda.

- Esa fue la última vez que con ella paso algo comprometedor, desde ese entonces ni un beso más – Le confesé al Siete Muertos, quien tomaba nota. en aquel papel quedo grabado su nombre, Carol Evelia Camacho, seguido de una serie de raros códigos.

12 septiembre 2007

Capitulo I, Episodio 4



El primer beso del Diablo

Aquel día, ella se lanzo sobre su cama y fingió que lloraba mientras abrazaba la almohada, yo le acariciaba la espalda y le pedía que no hiciera caso a mis palabras. Poco a poco mis suplicas de perdón se fueron matizando y la ternura se fue convirtiendo en erotismo. Muchos factores favorecieron este cambio de actitud, entre otras cosas el olor peculiar de su habitación y la tenue oscuridad; también mis manos acariciando su cálida espalda, sus nalgas duras y sus piernas musculosas; los deseos hacían que mis hormonas estallaran como fuegos artificiales y me quemaran por dentro. En ese momento quise besarla más que nada, pero sentía un miedo profundo de atreverme a hacerlo.

Por fin se dio vuelta, le tome de las manos y le dije que no volvería a ofenderle de ese modo, gire su mentón con suavidad para mirarle a los ojos y ella los cerro mientras dejaba su boca entreabierta del mismo modo que una pecadora recibe del vulnerable capellán la ostia al momento del Sagrado Sacramento. Acerque mis labios a los suyos y sentí como si fuera cayendo de un elevado trampolín a una piscina de agua tibia, sin poderme detener, como si de un gran imán humano se tratara. Sentí sus labios carnosos junto a los míos, ya se había dado el tan esperado acople.

El confort de su suavidad y su tibieza me lanzaron a un viaje vertiginoso que mi mente no lograba asimilar, los nervios estaban a punto de hacerme entrar en shock y las hormonas viajaban por mis fluidos enloqueciendo a cada unas de las glándulas. Era como halar el gatillo, oír el disparo y saber que el efecto era irreversible. Mi primer beso de amor tal vez no fue el premio Nóbel de los besos, pero si debería quedar nominado.

Vino hacia mi el Siete Muertos y me susurro al oído.

- ¡No te hagas el loco! tenes que contarnos que fue todo lo que paso con ella. -

- Pero que hijuemadres tan cansones, si les importa tanto saber que hice con ella, pues pregúntenle que yo no les quiero contar nada mas -

- Diablo, contanos – Exclamo la Marrana.

- Esta bien, esta bien! Creo que solo le toque las tetas –

Al escuchar mi intrascendente y poco excitante alcance ellos reventaron en euforia, como si su equipo de fútbol favorito hubiese metido un esperado gol.

No lo recuerdo bien, pero podría casi asegurar que besarnos era lo más erótico que hacíamos Camacho y yo, a excepción de un par de veces donde pasó algo más que un infantil beso:

Fui de nuevo a visitarla a su casa y como de costumbre estábamos en ese mítico balcón, pues ella tenía prohibido las visitas dentro de su apartamento. Su hermano menor la cuidaba de los excesos por orden de su madre, por eso el me observaba hipnotizado como si yo tuviera un acuario lleno de peces tropicales en la cabeza. En que momento este entrometido engendro recordaría que dejo su vídeo juego encendido y me daría la oportunidad de profanar a su virginal hermana? Fue en un descuido del vigilante muchachito, y después de unas cortas luchas y uno que otro empujón, cuando termine en la invicta habitación de Camacho, invicta hasta ese momento.

Después de haber sido osado al cruzar la frontera entre el publico balcón y los aposentos de la hija del jefe de seguridad de una empresa de valores, yo, como si de un hábil ladronzuelo se tratara, desperdiciaba mi escaso tiempo observando todo tipo de empolvados souvenires y coleccionables típicos en una quinceañera. Literalmente saturada de muñecos de peluche, afiches, tarjetas, llaveros, colgantes, estatuillas y demás recordatorios; esta habitación me hacia sentir como en una especie de templo para hacer culto a la curcileria, a los semi-ídolos juveniles de los 90's y a sus querubines caricaturescos mimetizados en las formas de Garfiel, Giordano y Mafalda. Sin lugar a dudas ella debía pertenecer una clase de secta, a una Santería romántico comercial.

Fue entonces, cuando al burlarme de su extraña decoración ella se abalanzo hacia mi para callarme y yo le bese los labios con pasión desbordada. Todo se dio mas fácil, mas directo, mas claro... Mis labios fueron mas rápidos, mas atrevidos y mas intensos que la primera vez, y de su parte sentí mas confianza y mas pasión, tanta que su cálida lengua penetro mi boca, ¿donde ella estaba aprendiendo a besar así?

Tras esta expedita excitación me comenzó una prominente y táctil erección, esto podría llegar a ser algo vergonzante donde Camacho lo notara. Pero, tal vez en ella una húmeda y sensible dilatación se estaba produciendo, así como lo explicaban nuestros textos escolares sobre educación sexual y comportamiento. Seguramente tras estudiar con mucho juicio esta asignatura, Camacho, ya entendía que al rozar su cuerpo contra el mío nos provocaríamos un gran placer, y ese afán por pegarse a mi era con el fin de sentir dicho goce en su sexo.

Debido a estos torpes intentos por hacer vestidos lo que deberíamos concretar desnudos, termine tumbándola en su cama y poniéndome encima. Camacho movía sus caderas como si realmente hiciéramos el amor, y cruzo sus piernas sobre mi cintura tratando de hacer más alta la fuerza de rozamiento.¿donde ella estaba aprendiendo a usar a física así?

Cerró sus ojos mientras respiraba agitada, casi gimiendo, un suave sudor mojaba su frente, sus pezones escapaban de los pliegues de su blusa; instintivamente, yo le ponía mas madera a este fuego besando su boca, su cara y su cuello. Todo iba por buen camino, revisando el texto escolar de educación sexual no nos faltaba nada más, pero si nos sobraba mucha ropa. Fue entonces cuando sentí una inmensa necesidad de desnudarle los pechos. Yo jamás los había osado tocar, tal vez los miraba disimuladamente cada vez que ella extendía su mirada a un objetivo diferente de mis ojos, dándome la libertad de hurgar con mi mirada de rayos X en la profundidad de sus sostén, no había logrado penetrar su ropa interior de plomo pero ya me los imaginaba suaves, redondos, consistentes, del tamaño justo de mi mano; de pezones morenos, pequeños y rígidos. A mi primer intento de desvestirle  Camacho, giro su cuerpo lejos del mío y me dijo:

-No!-

¿No? No, ¿Que? Maldita sea. Si todo estaba bien, todo iba perfecto...

– Escuche el pito del carro de mi papa – Continuo Carol Camacho.

Como si se tratara de una alarma de emergencia. Me tomo del brazo y me saco de un jalón del apartamento. Aun secándome su saliva de la comisura de la boca, con una erección frustrada, un orgasmo a medias y mi cara enrojecida, me encontré frente a frente con su padre. El, un Sargento retirado del ejército, curtido de la guerra y fortísimo como un camión, estiraba su poderosa mano para saludarme, mientras sonreía cándidamente por debajo de su bigote. Me llamo por mi nombre de pila y me invito a seguir a su casa, dándome tres golpecitos en la espalda.

¡Creo que estoy en problemas!, pensé en ese momento.

04 septiembre 2007

Capitulo I, Episodio 3


¿Y Que es Tener Sexo?

Era cierto que Carol Camacho vivía en el mismo bloque de apartamentos que el Zarco y yo, por esa razón ambos la conocíamos y teníamos muchos amigos en común, mas no con el Siete Muertos y la Marrana.

Ella era aquella tierna jovencita, que no escapaba aun de su adolescencia, que después de hacer sus tareas escolares salía al balcón de su apartamento a ver las personas pasar mientras conversaba de cualquier cosa con su madre. Fue la candidez propia de las pueblerinas del eje cafetero colombiano y el apocamiento innato que padecía lo que la mantenía poco frecuentada y mucho menos cortejada. Y fue en la lejanía de su mirador donde la vi por vez primera.

- Pero si están en busca de una historia erótica con la joven Camacho, déjenme decirles que con ella no paso nada, no hubo mas que un par de besos, pues estábamos muy jóvenes como para tener esa clase de encuentros.

- ¿Fue ella tu primer novia? Me pregunta el Siete Muertos.

- ¡No, en realidad no!- Conteste con ligereza.

Pero, en realidad fue ella la persona con la que me di el primer beso de amor. El primer beso realmente excitante, en el sentido amplio de la palabra.

- Pero nada simpática la fulana - Comenta el Zarco.

Así era en realidad, sus facciones no eran las más bellamente delicadas del barrio, ni tan siquiera de la manzana. No era tampoco la mejor vestida, pues de la jardinera escolar pasaba súbitamente a aquellos vestidos enterizos monocromáticos encendidos seleccionados por su madre y confeccionados por la vecina. Si alguna vez sentí verdaderas ganas de desvestirle fue porque presentía que debajo de esos trapos y libre de aquellos asfixiantes botines negros había una virginal venus.

- Tenia una belleza oculta - 

- Que oculta y que pan caliente, hasta se parecía al papa.

Es lógico que uno deba parecerse a sus padres, pues es de ellos de quien uno hereda el código genético que mas tarde dicta nuestras características. Pero uno debería poder elegir parecerse a la madre o al padre según le convenga.

- Solo un poco - La defendí.

En un principio, el ADN de padre y madre se entremezclan al azar, como en un juego de balotas, para después empezar el gran sorteo; de modo que, uno podría tener la mayoría o al menos la mitad de los genes de lado paterno y lado materno. La suerte de Carol había, caprichosamente, querido que se pareciera a su padre, y eran estos dos tan parecidos que solía burlarnos de su suerte. Entonces, ella tomaba un mechón de su cabello y lo ponía arriba de sus labios a manera de bigote, para así yo decirle “Buenas tardes, Señor Camacho”

- Poco o mucho, igual era fea -

-¡Pero no puedes negar que tenía un cuerpazo!- Exclamé, tratando de darle méritos.

- Era gorda - Me contradecía el Zarco.

- Gorda ¡No! Mientras estuvimos vacilando ella se veía muy atractiva - 

En realidad no era gorda, aunque tiempo después si gano unas cuantas libras hasta completar la tonelada, pero en ese momento de nuestra historia tenia muy buen físico. En consecuencia, yo vivía enfermo por sus piernas largas, voluminosas, y bien torneadas; por esas caderas fuertes y amplias donde ajustaban sus monumentales muslos, y ese par de nalgas macizas y redondeadas. Tal vez fueron esas cosas las que me empujaron a tratar de conquistarla.

- Ademas,  el físico no es lo único que hay que valorar en una mujer...-

-¡Sexo! ¡Sexo! Aquí solo vamos a hablar de sexo – Interrumpe la Marrana – Nada de amorcito corazón, ternurita, nunca me olvides, eres especial… Esos son temas de niñas, así que sea claro, se la comió o no se la comió?

Fue entonces cuando enmudecí por un largo rato al tratar de recordar si lo experimentado con ella fue sexo o no lo fue.

Y finalmente ¿Que es tener sexo? ¿Tener sexo se limita al coito pendular o también lo podría ser aquella tímida masturbación mutua? ¿Podría ser un apasionado beso francés o el insistente roce de los genitales por encima de la ropa? ¿y por que no una empalagosa llamada telefónica, un pornográfico telegrama, o un actualizado sexo virtual? ¿Qué tal todos los anteriores actos juntos en pro de un solo orgasmo? Quien sabe, pero para estos cretinos tener sexo debe ser solo, y tan, solo el coito; a lo mejor hacia ese dato en particular iba dirigida la pregunta.

- No, no hubo sexo- Finalmente respondí.

- Pero eso depende de algunas cosas – Interviene el Siete muertos.

Y comienzo yo a presentir su maliciosa intención.

- ¿Depende de que? – Pregunta la Marrana.

- Depende de lo que signifique tener sexo para el diablo… Pudieron tener solo sexo oral, una manoseadita, una empelotada… en fin

Esta aclaración les causo mucha gracia, y soltaron a reír. Mientras tanto yo aproveche el momento de euforia apartarme lentamente de esa reunión, esperando evadir la pregunta que vendría.

29 agosto 2007

Capitulo I, Episodio 2

Hermanos de Leche

- O sea. – Agrega el Siete Muertos 

– Si el Diablo y la Marrana estuvieron con la misma mujer, eso quiere decir que son hermanitos de leche! – Y se echo a reír.

Hermanitos de leche? quien sabe de donde habrán sacado estos tipos tal termino, pero les había parecido de lo mas gracioso y no paraban de lanzar carcajadas. En algunos países es costumbre que los niños posean una nodriza, quien sustituye a la verdadera madre en la lactancia; entonces, todos aquellos que hayan tenido la misma nodriza son entre si hermanos de leche.

- ¿Y yo de quien seré hermanito de leche? – Exclama con picardía el Zarco.

- Pues tendríamos que sentarnos con lápiz en mano y hacer cada quien una lista de las mujeres que con nosotros se han ido a la cama... Luego las cambiamos y así veremos si somos o no hermanitos de leche!

Esta fue la gran idea del Siete Muertos.

- De ninguna manera voy a participar en eso. ¿Es que el encierro les hizo perder la cordura?

Fui ignorado por completo por ellos, mientras revoloteaban como mariposas en celo por todo el patio buscando cuatro papeles. De no existir esas paredes de concreto gris encalado, estarían en búsqueda de alguna papelería cercana.

No es que yo sea un mojigato, pero no quería revelar los nombres de las mujeres con quien sostuve romances. Es cierto que algunos nombres femeninos en una lista no lleguen a ser el motivo de un gran escándalo; que si en esa lista figuran algunas Marías, algunas Carolinas o algunas Sandras, no seria tampoco una explosiva revelación. Pero cundo los cuatro hacíamos parte del mismo grupo de amigos, tal vez decir Maria, Sandra o Carolina era casi como poner sus apellidos, numero de identidad, número telefónico, dirección de domicilio y fotografía a todo color en un expediente “X”

-Solo encontré un papel!- Grito desde lo lejos, el Siete Muertos, mientras acercaba su inmensa humanidad hacia nosotros – Así, que por el momento vamos hacer la lista de mujeres del Diablo.

- ¡Una lista de nada! – Dije en tono tajante - ¿Estas loco? Ni podría recordar bien con quien demonios estuve.

Mentía, lo recordaba bien. Hasta la fecha llevaba sesenta y un relaciones de todo tipo.

- Yo te ayudo a refrescar la memoria! Empecemos con Carol – Interrumpe el Zarco, mientras clavaba en los míos sus filosos ojos azules – Ella fue el primer amor del Diablo y ustedes no la conocieron, pero yo si pues vivía en los mismos bloques de apartamentos en donde moraban mi familia y la del Diablo- 

Se acurrucaron todos en una loza de cemento de un extremo del patio, como niños prestos a escuchar el relato de un viejo marino.

– Ustedes parecen chinos, y no que estuvieran cerca de cumplir los cuarenta años. Además, lo mío con Carol solo fue un amor de adolescentes, y no hay mucho que contar.

- Como sea, pero lo importante es que ya tenemos el nombre de tu primer víctima – Exclama sonriendo el Siete Muertos.

26 agosto 2007

Capitulo I

El Hombre Tiene Dos Orgasmos

- Siempre he pensado que no es de caballeros sentarse a hablar sobre las amantes y los momentos que con ellas se compartieron, yo tengo mi motivo y se lo voy a explicar. Desde siempre se ha vulnerado la honra de aquellas mujeres por causa de nuestra vanidad, no bastaba con haberlas tenido en la cama, también era necesario divulgar el como, el donde, el por qué y el cuando. Ya decía mi padre con cierta picardia “El hombre tiene dos orgasmos, el primero es cuando lo hace y el segundo es cuando se lo cuenta a los amigos” -


Esta fue mi tajante intervención en una conversación que había iniciado uno de mis compañeros de patio.

- Aquí no hay caballeros, Diablito - 

El Zarco rió con malicia 

- Aquí lo único que hay son presos –

El dejo escapar otra sonrisa maliciosa y volvió su azul mirada al vacio. Mientras tanto, el Siete Muertos dio la vuelta y dirigiéndose a mí, exclamó.

-Diablito, Puede que no sea correcto hablar de las fulanas con las que tuvimos sexo, pero esta es una forma muy practica de marcar territorio y no terminar pisandonos las mangueras entre nosotros.

Volvió a reír el Zarco

- Eso que dices es verdad. A cuantas viejas no les caí solo porque sabía que este man Señalándome - les estabas echando los perros. Yo recuerdo los casos de algunas de esas fulanas; el de Lucia, Amparo, Cristina, la India Ochoa...

Entonces lo interrumpió el Siete Muertos. – ¿Tuviste sexo con Cristina y con la India? Mucho perro! No habías contado nada de eso – Mientras golpeaba mi hombro derecho y me sonreía con picardía.

- Caballeros, yo en realidad no tenia por que pedirles permiso para que una de estas señoritas realizara mis deseos. Además, yo sigo creyendo que si ellas se sintieron cómodas conmigo, fue porque de alguna manera confiaron en mi prudencia. Ciertamente, nada que hubiese pasado en esa habitación se iba a comentar en la calle – Les replique un poco incomodo por la indiscreción del Zarco.

Uniéndose a esta conversación, la Marrana agregó:

-Yo se que el Diablo tuvo amores con “Carolina, Lucia, Jimena, Yolanda, Janie. Mmm... No recuerdo más - Enumeraba mientras apuntaba con los ojos hacia el pensadero.

Y fue en ese momento de la conversación cuando empecé a presentir que mi vida sexual era mucho mas publica de lo que yo suponía. Que poco o nada sirvió todo mi esfuerzo por ser cuidadoso en mis cortejos y en mis conquistas, si al fin y al cabo alguien me había puesto en descubierto. Solo faltaba que quienes me habían atrapado con las manos en la masa se reunieran para atar cabos y así ponerme en evidencia.

-¿Como así? - Llevándose la mano al mentón, el Siete Muertos, exclamó - ¿Cual Carolina, acaso aquella que fue la novia platónica e inalcanzable de la Marrana? -

- Si, la misma que este gordo trató de llevarse a la cama infructuosamente – contestó el Zarco

Ya tentado por la malicia de la conversación y con un as bajo la manga deje a un lado mi convicción y actué de la misma forma vulgar.

– Infructuosamente, no! El si se la comió! - Asegure.

El Zarco y el Siete Muertos se echaron a reír, mientras la Marrana hacia pucheros con los labios y batía su gorda cabeza, negando mi aseveración. Ese golpe bajo no sirvió para otra cosa, más que para llevar la conversación, que ya era demasiado impúdica, a un nivel superior de indiscreción.