Advertencia

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Los Amores Secretos de Diablo es la historia de un hombre que decide narrar con detalle, sus romances, para complacer la avidez de fantasías de un grupo de presos peligrosos.

Las acciones relatadas en este escrito son ficción y los personajes como sus nombres son imaginarios. Se advierte que cualquier parecido con su realidad o la del autor, es solo coincidencia.

El argumento de la obra es mutable ya que se esta escribiendo, y corrigiendo sobre la marcha, por esa razón periódicamente se publicará un episodio nuevo.

El interés de escribir y publicar este cuento no es más que el de narrar una historia con libertad. Este escrito no tiene ningún fin educativo, ni de formación espiritual, o de superación personal; esto me da la libertad de tratar el tema a mí entera discreción.

El lenguaje utilizado es alegórico al utilizado por el vulgo de la ciudad de Santiago de Cali (Colombia), por eso tanto su jerga como el acento, se emplea de manera generosa.

Los errores de ortografía, redacción y estilo en las entradas antiguas pueden ser corregidos a discreción del autor... Algunas imágenes adjuntas pueden ser sensibles a determinado tipo de lector, pero el único objeto es recrear o ambientar el tema de la historia

Este cuento no lo he concebido como relato erótico, ni como pornografía

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27 septiembre 2007

Capitulo I, Episodio 6

El Abominable Siete Muertos



- ¿Que significan estas letras seguidas del nombre, algún código? –


Pregunte al Siete Muertos, bastante intrigado debido al conjunto de raras inscripciones que anotaba junto al nombre de Carol Evelia Chamorro.

- Cosas, diablito, cosas –

Y una sonrisa de picardía se le dibujo en su feo y maltrecho rostro, lo que me produjo aun mas curiosidad de saber que se proponía a hacer.

 – ¿Cuantos años tenias, en ese entonces?

- Creo que dieciséis o diecisiete – Conteste inseguro.

- ¿Y ella?

- Mmmm… Ella era un par de años menor que yo – De eso tampoco estaba seguro.

- ¡Empezaste rápido! – Interrumpió la Marrana.

- Mas bien lo hizo tarde – Le contradijo el Zarco.

- ¡Bueno! - Exclame bastante molesto. - Primer punto: Mi sexualidad debía empezar en el momento que debía ser, estoy totalmente seguro que no tenia por que ser antes ni después. Segundo: Yo escogí la persona con la que quería experimentar este tipo de cosas, y gracias a Dios fue así; esta persona pudo haber sido como vos la describís – Señalando al Zarco. – ¿Posiblemente tengas algo de razón  ¡Que mas da!... Si con ella me sentía bien, entonces escogí bien -

Terminado mi airado discurso calle profundamente y una neblina de suspenso se poso sobre nuestra celda.

- Eso esta bien diablito, mejor que todo fue así – Asintió el Siete Muertos mientras ponía su mano sobre mi hombro.

Al hacer esto el Siete Muertos me lleno de cierta simpatía, y me hizo perder el interés generado por su listado y los códigos usados en el.

Carlos Conde, Alias “El Siete Muertos” solo podía inspirar cariño a pesar de tener un esqueleto de dos metros enmarañado en mas de cien kilos de grasa y músculo, con un rostro de gigante de los pantanos y una densa melena grasienta. Tenia unos ojos pequeños que se escondían detrás de su prominente hueso frontal y de su singular nariz aguileña. El rasgo que mas sobresalía era su quijada de bulldog ingles, la que hacia que se le dibujara una dulce sonrisa desencajada, calzaba tanto que había que importar sus zapatos, y del mismo tamaño sus manos, las que no encontraban guante donde caber. Su pecho se expandía con generosidad como si llevara siempre puesto un chaleco antibalas, y las piernas tan poderosas que respondían a todo este peso. Este trigueño de cabello y ojos oscuros desentonaba con el tamaño promedio de su raza.

Este cíclope binocular poseía tanta fuerza que solía trabajar instalando y reparando neveras, lavadoras, hornos y cualquier otro electrodoméstico que nos superara en peso, siempre y cuando hubiese un cliente que viviera en un tercer piso el se hacia indispensable. En sus ratos libres iba a un instituto técnico a aprender herrería y forja artesanal, arte que se le facilitaba al poder doblar varillas de hierro, cortar alambres y tubos de alto calibre. Pero su verdadera pasión era la electrónica, disciplina que lo relacionaba con el Prometeo Moderno de Víctor Frankenstein. A pesar de esa condición colosal, el Siete Muertos no era un hombre violento, o huraño, ni mucho menos ermitaño. Por el contrario, el tenía un gran sentido del humor, era bonachón y muy tolerante; su  jovialidad era tal que siempre te recibía con un abrazo rompe-huesos, de esos que apartan tus pies del suelo y te dejan sin aliento.

Lo conocí en mi primer trabajo, cuando recién había superado mi mayoría de edad, juntos nos ocupamos en un nuevo parque de diversiones que construyeron a las afueras de la ciudad. En ese lugar tenia a mi cargo una diabolica atracción llamada la casa del terror y el actuaba allí junto a una docena de infelices. Su porte siempre lo hacia merecedor del papel protagonico del monstruo de Frankenstein, y en otras ocasiones, según se le necesitara, interpretaba personajes como el Pie Grande americano, el Yeti del Himalaya, o el Godzilla japonés, entre otras bestias. En las tardes, cuando el parque temático cerraba al publico, El Siete Muertos y yo íbamos por cerveza para luego sentarnos en cualquier parte a beber y a hablar de los fiascos amorosos de la época, tal vez por esa situación en particular sentíamos tanta empatía el uno por el otro. 

Con el pasar de los años tomamos rumbos diferentes, abandonamos el parque de diversiones. Yo me concentre en mis estudios universitarios y el en un reconocido instituto para por fin hacerse técnico en electrónica; El Siete Muertos quería dejar su negocio de las pesadas neveras, aunque este le proporcionara lo justo para sobrevivir, pues su ambición era ser ingeniero; no se si el mejor, pero si el mas grande. 

Carlos y yo nunca perdimos contacto, cuando estábamos en libertad solía encontrármelo en los centros comerciales a donde yo iba para pegar mi nariz en los ventanales; el solía correr a darme un abrazo, me sacudía y me levantaba varios centímetros del suelo como si fuera un bulto de plumas (yo odiaba que lo hiciera, pero la fuerza que debía hacer para que no se me escapara el aire de los pulmones lograba que me diera risa, y el pensara que me hacia tan feliz)

Recuerdo que constantemente el expresaba que era capaz de dar su vida por mi, y que cualquier persona que me quisiera hacer daño tenia que saborear uno de sus puños primero, juramento que lo creía en vano hasta que me lo demostró con hechos, fue así que después de aquella cinematográfica pelea, lo apode “El Siete Muertos”

19 septiembre 2007

Capitulo I, Episodio 5



Los Cueritos al Sol

- Ey! Diablo, despierta – Me llama la atención el Siete Muertos. –¿Pero como fue que paso?

- No estoy seguro sobre como empezó todo, y esa es la verdad, solo se que alguna conversación nos llevo a Camacho y a mi a discutir, luego me acerque a su rostro para vociferarle algo, y ella seducida por mi altanería busco la boca, y…. Pues bueno ¡Ya estuvo bien! La bese, y esos besos me llevaron a acariciarla… ¿Que mas puedo yo contarte? -

Era costumbre de Camacho y yo terminar nuestras pláticas sacándonos los cueritos al sol, discutíamos sobre quien quería más a quien, y quien hería más a quien; y estábamos en medio de una reñida conversación cuando yo le trate de restar importancia a todo diciéndole que ella podía hacer con su cariño por mí lo que quisiera, que igual nunca habíamos sido novios, tan solo dos amigos que se besaban, que ese rol que jugué en su vida no me hacia, para nada, importante, ni ella a mi. 

Camacho se callo de inmediato, se llevo una mano a la boca y sus ojos se llenaron de lágrimas. Yo había vencido, fue un golpe contundente. Entre sollozos apretó los dientes y me dijo: “No vuelvas a decir eso, tú y yo si fuimos novios”. Se repetía la misma historia de siempre, yo corriendo hacia ella, tomándola en mis brazos y reclamándole:

- Nunca fuimos novios porque tú nunca lo quisiste -

- Si lo quise, pero nunca entendiste que debías pedírmelo – Contesto Camacho.

Me respondió con suavidad al tiempo que cerraba los ojos y me ofrecía la boca. Yo la miraba indeciso pues había pasado mucho tiempo desde aquella vez que la bese por primera vez. Sus besos ya no eran los de esa niña tímida que besaba por primera vez, por el contrario, sus brazos se cruzaron alrededor de mi cuello y me atrapaban como serpientes constrictoras, su lengua se menaba en mi boca seductoramente y su cuerpo se movía con un vaivén excitante; permitió que le sujetara sus maravillosas nalgas con fuerza y las caricias no demoraron en venir; mi mano derecha migro hacia arriba entrando bajo su camisa y luego bajo su sostén, capture sus turgentes senos y eran tal cual los imagine en mi adolescencia, suaves, redondos, consistentes, del tamaño justo de mi mano; de pezones morenos, pequeños y rígidos, hechos para mi. Que delicia fue acariciar esas tetas, ya que siempre quise hacerlo a piel desnuda. La vida me la quito justo antes de poder tocar con mis dedos sus cándidos pezones.

Mientras amasaba con tanta incomodidad su seno y trataba de levantar su camisa para por fin ver aquellos pechos desnudos, ella me dijo: "Este no es el momento indicado, el nuestro ya pasó, pero aun así tengo muchas ganas de hacerlo". Le calle la boca con un beso y puse atrevidamente mi mano izquierda en su vasto pubis, no quería mas palabras que entorpecieran este momento.

Nos devorábamos los labios y las ganas nos quemaban el sexo, acariciábamos nuestros cuerpos a medio desnudar, mi mano ansiaba coronar su pubis para mí. Tomo mi cabeza con sus fuertes manos empujándola hacia abajo, hacia su vientre, y mi boca que recorría entero este trayecto por su piel vagabundeo por esos deseados pechos con dirección a sus pezones morenos, pequeños y rígidos. Como si la historia diera vueltas en círculos, Camacho giro su cuerpo lejos del mío y me dijo:

¡No!

-¿No? No, ¿Que? Maldita sea. Si todo estaba bien, todo iba perfecto...

Me senté, con una decepción profunda, en una silla del comedor mientras ella se organizaba la ropa.

- Lo siento - Y menciono tristemente mi nombre.

Inmediatamente después cruzo por la puerta su padre, aquel Sargento retirado del ejército, curtido de la guerra y fortísimo como un camión, que estiraba su poderosa mano para saludarme, mientras sonreía cándidamente por debajo de su bigote. Me llamo por mi nombre de pila y me dio tres golpecitos en la espalda.

- Esa fue la última vez que con ella paso algo comprometedor, desde ese entonces ni un beso más – Le confesé al Siete Muertos, quien tomaba nota. en aquel papel quedo grabado su nombre, Carol Evelia Camacho, seguido de una serie de raros códigos.

12 septiembre 2007

Capitulo I, Episodio 4



El primer beso del Diablo

Aquel día, ella se lanzo sobre su cama y fingió que lloraba mientras abrazaba la almohada, yo le acariciaba la espalda y le pedía que no hiciera caso a mis palabras. Poco a poco mis suplicas de perdón se fueron matizando y la ternura se fue convirtiendo en erotismo. Muchos factores favorecieron este cambio de actitud, entre otras cosas el olor peculiar de su habitación y la tenue oscuridad; también mis manos acariciando su cálida espalda, sus nalgas duras y sus piernas musculosas; los deseos hacían que mis hormonas estallaran como fuegos artificiales y me quemaran por dentro. En ese momento quise besarla más que nada, pero sentía un miedo profundo de atreverme a hacerlo.

Por fin se dio vuelta, le tome de las manos y le dije que no volvería a ofenderle de ese modo, gire su mentón con suavidad para mirarle a los ojos y ella los cerro mientras dejaba su boca entreabierta del mismo modo que una pecadora recibe del vulnerable capellán la ostia al momento del Sagrado Sacramento. Acerque mis labios a los suyos y sentí como si fuera cayendo de un elevado trampolín a una piscina de agua tibia, sin poderme detener, como si de un gran imán humano se tratara. Sentí sus labios carnosos junto a los míos, ya se había dado el tan esperado acople.

El confort de su suavidad y su tibieza me lanzaron a un viaje vertiginoso que mi mente no lograba asimilar, los nervios estaban a punto de hacerme entrar en shock y las hormonas viajaban por mis fluidos enloqueciendo a cada unas de las glándulas. Era como halar el gatillo, oír el disparo y saber que el efecto era irreversible. Mi primer beso de amor tal vez no fue el premio Nóbel de los besos, pero si debería quedar nominado.

Vino hacia mi el Siete Muertos y me susurro al oído.

- ¡No te hagas el loco! tenes que contarnos que fue todo lo que paso con ella. -

- Pero que hijuemadres tan cansones, si les importa tanto saber que hice con ella, pues pregúntenle que yo no les quiero contar nada mas -

- Diablo, contanos – Exclamo la Marrana.

- Esta bien, esta bien! Creo que solo le toque las tetas –

Al escuchar mi intrascendente y poco excitante alcance ellos reventaron en euforia, como si su equipo de fútbol favorito hubiese metido un esperado gol.

No lo recuerdo bien, pero podría casi asegurar que besarnos era lo más erótico que hacíamos Camacho y yo, a excepción de un par de veces donde pasó algo más que un infantil beso:

Fui de nuevo a visitarla a su casa y como de costumbre estábamos en ese mítico balcón, pues ella tenía prohibido las visitas dentro de su apartamento. Su hermano menor la cuidaba de los excesos por orden de su madre, por eso el me observaba hipnotizado como si yo tuviera un acuario lleno de peces tropicales en la cabeza. En que momento este entrometido engendro recordaría que dejo su vídeo juego encendido y me daría la oportunidad de profanar a su virginal hermana? Fue en un descuido del vigilante muchachito, y después de unas cortas luchas y uno que otro empujón, cuando termine en la invicta habitación de Camacho, invicta hasta ese momento.

Después de haber sido osado al cruzar la frontera entre el publico balcón y los aposentos de la hija del jefe de seguridad de una empresa de valores, yo, como si de un hábil ladronzuelo se tratara, desperdiciaba mi escaso tiempo observando todo tipo de empolvados souvenires y coleccionables típicos en una quinceañera. Literalmente saturada de muñecos de peluche, afiches, tarjetas, llaveros, colgantes, estatuillas y demás recordatorios; esta habitación me hacia sentir como en una especie de templo para hacer culto a la curcileria, a los semi-ídolos juveniles de los 90's y a sus querubines caricaturescos mimetizados en las formas de Garfiel, Giordano y Mafalda. Sin lugar a dudas ella debía pertenecer una clase de secta, a una Santería romántico comercial.

Fue entonces, cuando al burlarme de su extraña decoración ella se abalanzo hacia mi para callarme y yo le bese los labios con pasión desbordada. Todo se dio mas fácil, mas directo, mas claro... Mis labios fueron mas rápidos, mas atrevidos y mas intensos que la primera vez, y de su parte sentí mas confianza y mas pasión, tanta que su cálida lengua penetro mi boca, ¿donde ella estaba aprendiendo a besar así?

Tras esta expedita excitación me comenzó una prominente y táctil erección, esto podría llegar a ser algo vergonzante donde Camacho lo notara. Pero, tal vez en ella una húmeda y sensible dilatación se estaba produciendo, así como lo explicaban nuestros textos escolares sobre educación sexual y comportamiento. Seguramente tras estudiar con mucho juicio esta asignatura, Camacho, ya entendía que al rozar su cuerpo contra el mío nos provocaríamos un gran placer, y ese afán por pegarse a mi era con el fin de sentir dicho goce en su sexo.

Debido a estos torpes intentos por hacer vestidos lo que deberíamos concretar desnudos, termine tumbándola en su cama y poniéndome encima. Camacho movía sus caderas como si realmente hiciéramos el amor, y cruzo sus piernas sobre mi cintura tratando de hacer más alta la fuerza de rozamiento.¿donde ella estaba aprendiendo a usar a física así?

Cerró sus ojos mientras respiraba agitada, casi gimiendo, un suave sudor mojaba su frente, sus pezones escapaban de los pliegues de su blusa; instintivamente, yo le ponía mas madera a este fuego besando su boca, su cara y su cuello. Todo iba por buen camino, revisando el texto escolar de educación sexual no nos faltaba nada más, pero si nos sobraba mucha ropa. Fue entonces cuando sentí una inmensa necesidad de desnudarle los pechos. Yo jamás los había osado tocar, tal vez los miraba disimuladamente cada vez que ella extendía su mirada a un objetivo diferente de mis ojos, dándome la libertad de hurgar con mi mirada de rayos X en la profundidad de sus sostén, no había logrado penetrar su ropa interior de plomo pero ya me los imaginaba suaves, redondos, consistentes, del tamaño justo de mi mano; de pezones morenos, pequeños y rígidos. A mi primer intento de desvestirle  Camacho, giro su cuerpo lejos del mío y me dijo:

-No!-

¿No? No, ¿Que? Maldita sea. Si todo estaba bien, todo iba perfecto...

– Escuche el pito del carro de mi papa – Continuo Carol Camacho.

Como si se tratara de una alarma de emergencia. Me tomo del brazo y me saco de un jalón del apartamento. Aun secándome su saliva de la comisura de la boca, con una erección frustrada, un orgasmo a medias y mi cara enrojecida, me encontré frente a frente con su padre. El, un Sargento retirado del ejército, curtido de la guerra y fortísimo como un camión, estiraba su poderosa mano para saludarme, mientras sonreía cándidamente por debajo de su bigote. Me llamo por mi nombre de pila y me invito a seguir a su casa, dándome tres golpecitos en la espalda.

¡Creo que estoy en problemas!, pensé en ese momento.

04 septiembre 2007

Capitulo I, Episodio 3


¿Y Que es Tener Sexo?

Era cierto que Carol Camacho vivía en el mismo bloque de apartamentos que el Zarco y yo, por esa razón ambos la conocíamos y teníamos muchos amigos en común, mas no con el Siete Muertos y la Marrana.

Ella era aquella tierna jovencita, que no escapaba aun de su adolescencia, que después de hacer sus tareas escolares salía al balcón de su apartamento a ver las personas pasar mientras conversaba de cualquier cosa con su madre. Fue la candidez propia de las pueblerinas del eje cafetero colombiano y el apocamiento innato que padecía lo que la mantenía poco frecuentada y mucho menos cortejada. Y fue en la lejanía de su mirador donde la vi por vez primera.

- Pero si están en busca de una historia erótica con la joven Camacho, déjenme decirles que con ella no paso nada, no hubo mas que un par de besos, pues estábamos muy jóvenes como para tener esa clase de encuentros.

- ¿Fue ella tu primer novia? Me pregunta el Siete Muertos.

- ¡No, en realidad no!- Conteste con ligereza.

Pero, en realidad fue ella la persona con la que me di el primer beso de amor. El primer beso realmente excitante, en el sentido amplio de la palabra.

- Pero nada simpática la fulana - Comenta el Zarco.

Así era en realidad, sus facciones no eran las más bellamente delicadas del barrio, ni tan siquiera de la manzana. No era tampoco la mejor vestida, pues de la jardinera escolar pasaba súbitamente a aquellos vestidos enterizos monocromáticos encendidos seleccionados por su madre y confeccionados por la vecina. Si alguna vez sentí verdaderas ganas de desvestirle fue porque presentía que debajo de esos trapos y libre de aquellos asfixiantes botines negros había una virginal venus.

- Tenia una belleza oculta - 

- Que oculta y que pan caliente, hasta se parecía al papa.

Es lógico que uno deba parecerse a sus padres, pues es de ellos de quien uno hereda el código genético que mas tarde dicta nuestras características. Pero uno debería poder elegir parecerse a la madre o al padre según le convenga.

- Solo un poco - La defendí.

En un principio, el ADN de padre y madre se entremezclan al azar, como en un juego de balotas, para después empezar el gran sorteo; de modo que, uno podría tener la mayoría o al menos la mitad de los genes de lado paterno y lado materno. La suerte de Carol había, caprichosamente, querido que se pareciera a su padre, y eran estos dos tan parecidos que solía burlarnos de su suerte. Entonces, ella tomaba un mechón de su cabello y lo ponía arriba de sus labios a manera de bigote, para así yo decirle “Buenas tardes, Señor Camacho”

- Poco o mucho, igual era fea -

-¡Pero no puedes negar que tenía un cuerpazo!- Exclamé, tratando de darle méritos.

- Era gorda - Me contradecía el Zarco.

- Gorda ¡No! Mientras estuvimos vacilando ella se veía muy atractiva - 

En realidad no era gorda, aunque tiempo después si gano unas cuantas libras hasta completar la tonelada, pero en ese momento de nuestra historia tenia muy buen físico. En consecuencia, yo vivía enfermo por sus piernas largas, voluminosas, y bien torneadas; por esas caderas fuertes y amplias donde ajustaban sus monumentales muslos, y ese par de nalgas macizas y redondeadas. Tal vez fueron esas cosas las que me empujaron a tratar de conquistarla.

- Ademas,  el físico no es lo único que hay que valorar en una mujer...-

-¡Sexo! ¡Sexo! Aquí solo vamos a hablar de sexo – Interrumpe la Marrana – Nada de amorcito corazón, ternurita, nunca me olvides, eres especial… Esos son temas de niñas, así que sea claro, se la comió o no se la comió?

Fue entonces cuando enmudecí por un largo rato al tratar de recordar si lo experimentado con ella fue sexo o no lo fue.

Y finalmente ¿Que es tener sexo? ¿Tener sexo se limita al coito pendular o también lo podría ser aquella tímida masturbación mutua? ¿Podría ser un apasionado beso francés o el insistente roce de los genitales por encima de la ropa? ¿y por que no una empalagosa llamada telefónica, un pornográfico telegrama, o un actualizado sexo virtual? ¿Qué tal todos los anteriores actos juntos en pro de un solo orgasmo? Quien sabe, pero para estos cretinos tener sexo debe ser solo, y tan, solo el coito; a lo mejor hacia ese dato en particular iba dirigida la pregunta.

- No, no hubo sexo- Finalmente respondí.

- Pero eso depende de algunas cosas – Interviene el Siete muertos.

Y comienzo yo a presentir su maliciosa intención.

- ¿Depende de que? – Pregunta la Marrana.

- Depende de lo que signifique tener sexo para el diablo… Pudieron tener solo sexo oral, una manoseadita, una empelotada… en fin

Esta aclaración les causo mucha gracia, y soltaron a reír. Mientras tanto yo aproveche el momento de euforia apartarme lentamente de esa reunión, esperando evadir la pregunta que vendría.