Advertencia

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Los Amores Secretos de Diablo es la historia de un hombre que decide narrar con detalle, sus romances, para complacer la avidez de fantasías de un grupo de presos peligrosos.

Las acciones relatadas en este escrito son ficción y los personajes como sus nombres son imaginarios. Se advierte que cualquier parecido con su realidad o la del autor, es solo coincidencia.

El argumento de la obra es mutable ya que se esta escribiendo, y corrigiendo sobre la marcha, por esa razón periódicamente se publicará un episodio nuevo.

El interés de escribir y publicar este cuento no es más que el de narrar una historia con libertad. Este escrito no tiene ningún fin educativo, ni de formación espiritual, o de superación personal; esto me da la libertad de tratar el tema a mí entera discreción.

El lenguaje utilizado es alegórico al utilizado por el vulgo de la ciudad de Santiago de Cali (Colombia), por eso tanto su jerga como el acento, se emplea de manera generosa.

Los errores de ortografía, redacción y estilo en las entradas antiguas pueden ser corregidos a discreción del autor... Algunas imágenes adjuntas pueden ser sensibles a determinado tipo de lector, pero el único objeto es recrear o ambientar el tema de la historia

Este cuento no lo he concebido como relato erótico, ni como pornografía

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12 diciembre 2007

Capitulo II, Episodio 5



Y de su Amor Estando Viuda

Mis compañeros de celda se miraban el uno al otro, como si estuvieran esperando por un desenlace, mientras tanto yo trataba de sumergir mi visión entre la oscuridad y mis oídos estaban prestos a captar cualquier minúsculo sonido, pero las sombras y los ecos guturales de esta prisión disimulaban las siluetas y los murmullos. El Siete muertos se levanto de su camarote, paso sus manos por el rostro y por sus ojos limpiándolos de legañas, metió sus inmensos pies en sus sandalias Cauchosol; puso en la cama el papel con el nombre de Charol y Sandra seguido de aquellos extraños códigos, el lapicero lo empuño como una daga mientras se ponía en camino hacia la reja.

- Vamos a ver quien se muere esta noche – Amenazando al fantasmagórico sonido.

- Siéntate, lo que haya sido ya se fue – El Siete Muertos termino con su puesta en guardia y con el animo caldeado se tiró a la cama.

- La próxima vez no va haber poder humano que me detenga – Me reprochaba

Me cubrí entonces con la cobija para evitar el ataque de los mosquitos en mis pies; tenía que evitar caer enfermo por Dengue Hemorrágico. En este lugar aquellos insectos llegan como hordas enviadas por Satanás para atormentar a sus victimas y a sus devotos por igual.

Regresa de nuevo el recuerdo de Sandra Cabal en las escaleras de aquellos bloques de apartamentos, de la cobija que de capa paso a ser un techo, de los muros que nos escondía de alguna mirada indiscreta como del viento gélido que bajaba de los Farallones de Cali. Recordé el frío en mis dedos engarrotados y su atrevido ofrecimiento de calentarlos bajo su estrecha blusa.

En efecto mis manos se calentaron y mis dedos recuperados acariciaban las costuras del encaje superpuesto en las copas de acrílico y alambre; elementos que cargaban sus suculentos senos. Mis labios trataban de causar distracción, con sus cambios de ritmo y las múltiples figuras al besar; permitiendo, así, que mis manos ocuparan un palco de honor en su pecho. Pero el odioso acrílico, que en su intento de dar horma y volumen blindaban sus pezones de caricias, y evitando que mis dactilares reconocieran su excitante turgencia.

Acomidiéndose, Sandra manda sus manos a la espalda, soltando los broches del sostén que asfixiaban sus pechos y a mis intenciones. Ella liberaba sus sentidos y mi imaginación; atrás quedo el recluta que esquivaba balas en el monte, porque su virgen la que sus cabellos arrancaría en agonía y de su amor estando viuda los colgaría del ciprés, en vez de guardarle fidelidad se entregaba a una nueva pasión.

¿Estaba siendo elegido yo como su acompañante temporal? Todo parecía apuntar hacia el si. Pues sus pechos semidesnudos estaban expuestos a mis ojos y mis besos, con todo su beneplácito.

Aunque contentísimo de verme contemplando sus atributos, había algo que nos devolvía la cordura, y era la probabilidad de ser sorprendidos en cualquier momento. ¿Por quien? Por el vecino del Zarco que padecía de insomnio: por sonidos menores al que nos interrumpió hace un momento en nuestra celda, salía afanosamente al balcón a protestar. De igual forma La Madre del Zarco, ella era espía de todos, gustaba alojarse en la ventana de su apartamento como una lechuza de campanario, y así observar todos los movimientos que en el interior de la unidad residencial ocurrían, cualquiera carecía de privacidad siempre y cuando ella se instalara en su atrio a buscar información que compartir. O podía ser el portero el encargado de sorprendernos, puesto que cada hora debía pasar haciendo su ronda nocturna, aunque si bien me alcahueteaba todo lo que se me antojara hacer, Sandra podría verse en una posición incomoda y culparme de ello.

Aun así este apasionamiento no permitía que abandonáramos el juego, solo hasta que sentimos los pasos de unos zapatos femeninos que se dirigían hacia nuestro lugar.

06 diciembre 2007

Capitulo II, Episodio 4

Vestida y Alborotada

“Me da pereza subir ahora, creo que me quede vestida y alborotada” era la excusa que me daba por su vertiginoso regreso.

- Cruzo sus piernas largas e inclino su cuerpo, para así terminar sentada en uno de los escalones, abrió sus ojos grandes y sonrió. Esa noche hacia frío, el viento del cerro enfriaba mis manos, el bloque de apartamentos “D” dejaba pasar el viento entre sus paredes y este corría por los pasillos y escaleras.

- Huy si, que frío el que hace allí – Me daba la razón El Zarco.

- Le dije que me dejara ir a mi hogar por una cobija, para que nos cubriéramos del sereno de la madrugada, ella acepto. Llegue a mi habitación y entre todas las cobijas escogí mi preferida: Una cobija suave, lanuda, con un estampado a cuadros color pastel, algo infantil, pero sumamente cómoda. Regrese al lado de mi descomplicada universitaria, me senté a su lado, desenvolví la frazada y le arrope la espalda, luego cubrí la mía.

- Aja ¿Y que mas? - Preguntaba El Siete Muertos.

- Continué mi conversación, preguntándole sobre su vida en Buga. Me lo contó casi todo; me hablo de su familia, de sus hermanas y de sus primas; me relató sobre algunos amigos, de sus compañeros de colegio, del equipo de básquetbol, de sus mascotas y de su novio.

- ¡Que “cagada” tenia novio! – Exclamo La Marrana.

A lo que instantáneamente respondió El Zarco – Como si eso importara –

- Y esa era, incuestionablemente, la verdad. Aunque decía amar a su pareja y con entusiasmo lo describía física y mentalmente, que entre sollozos me contaba que prestaba el servicio militar obligatorio en una zona peligrosa; me dejo en claro que en sus largas esperas, que muchas veces eran de un semestre, ella se sentía sola, muy sola; que de vez en cuando necesitaba sentirse mujer y que había pensado en tener una compañía temporal -

- Lo que estaba buscando era un “man” que le midiera el aceite – Aseguro La Marrana.

- Que le “pegara su revolcadita” - Dijo El Siete Muertos

- Bueno, ¿y quien era yo para decir si estaba bien o mal? Yo solo le ofrecí mi cálida cobija a lo que ella respondió con una sonrisa. Cerró sus ojos y me ofreció con lentitud sus labios entreabiertos. Yo me apresure a besarle suavemente; el beso poco a poco cambio su matiz, se tornaba apasionado y desesperado.

- La hembra le tenia ganas – Interrumpió El Zarco.

En eso podría no estar equivocado mi amigo de ojos azules, pues sentía su pasión en cada beso; su lengua salía y entraba de mi boca, como simulando un coito, sus manos acariciaban mis brazos y mis hombros, yo abandone el psicoanálisis y me deje llevar. La testosterona inundo mi cuerpo, hay alarma de sexo. Deje de besarla, la mire fijamente, mientras ella me recapturaba agarrándome de la nuca.

- Le bese el cuello, después; mientras mis manos acariciaban sus piernas –

- ¡Maricaaaaa! ¿Y que paso? – Pregunto El Siete Muertos.

En ese momento oí que alguien, detrás de nosotros, dejaba escapar un profundo suspiro. Me di la vuelta y levante la mano, indicando a mi corte que cerraran sus picos. O estaba sufriendo de paranoia o realmente había alguien oculto entre las sombras asechándonos.