Un Bobo Amarrado a un Papayo
Entre las risas del Siete Muertos y La Marrana, alcance escuchar algo que se arrastraba en la penumbra del pasillo, presentí que podría ser un guardia que venia transitando con la linterna apagada; pero, ¿a esta hora, solo y con Las Ratas pernoctadas a lo largo del pasillo? No lo creo. Levante mi mano indicándole a mis compañeros que no estábamos solos. Que había alguien mas escuchando la conversación.
- ¿Que viste? – Susurra La Marrana.
- Ssssshiiiiiii –
- Yo no veo nada – Agrega El Siete Muertos – ¿Que viste vos?
- No se, me dio la impresión de que alguien estaba cerca de la reja – Les hable en voz baja.
- Debe ser Berta la “descachuchadora” que viene por tu “chichi” – agrega jocosamente La Marrana.
- Ja ja… Tan chistosos los “Hijueputas” – Me di la vuelta y respire profundo.
- Y bien… te iba hacer una pregunta… eh, si no perdiste la virginidad con Charol Camacho, ¿con quien fue? –
- Carlitos… Fue con una vieja amiga… Sandra -
- ¿Y como era? – Continúa Preguntando el Siete Muertos
- Pues era uno o dos años mayor que yo. Había acabado de llegar de una pequeña ciudad al norte de aquí, donde todas las familias tienen un tío bobo amarrado a un papayo, Guadalajara de Buga.
- ¿Y como es eso del bobo amarrado a un papayo? –
Esa manía de la gente de andarme preguntando cosas que no tengo por que saber. Y yo lo que no se, lo consulto, o si no me lo invento, el objetivo es no quedarme callado.
- ¿Pues que te digo? Los bugueños tienen una leyenda que casi desplaza a la del Señor de Los Milagros, y es esa, la del bobo: Un día, estaba mi profesor de redacción dando un acostumbrado discurso sobre política y economía criolla, y toco el tema de las familias todopoderosas de las pequeñas villas colombianas: realmente nacidos en cuna de oro, de ancestros europeos, con apellidos reconocidos y respetados, y fortunas incalculables que les daba el poder de poner todas sus fichas, políticas y sociales, en el orden que mas le conviniera, y de ese modo seguir siendo los señores feudales. Con los hijos graduados en las mejores universidades de Europa y Estados Unidos y las hijas ganadoras de algún certamen de belleza y educadas exquisitamente en artes & letras, glamour y relaciones personales; no podrían emparentar con plebeyo alguno, fueran mestizos, mulatos; o sus “degradaciones”, algún tresalbo o quizá un grifo... o peor aun, zambos, o sus “engendros” interraciales, un zambaigo o un zambo-prieto. Talvez si le echamos mas leña al fuego, de este sancocho racial podrían desdichadamente casarse con algún mulato-prieto, un coyote, un jíbaro o un cambujo. Quien iba a permitir pájaros negros o indios en tan bello árbol genealógico caucásico.
- ¿Qué, que?-
- ¡No pierdas el hilo! – le reproche al Siete Muertos – y como no habían muchos europeos no judíos rondando por las haciendas del Valle de Cauca. No tenían otra opción que casarse entre ellos, evitando así el mestizaje y la dilución de la fortuna. Entonces el incesto dio paso a la consanguinidad de la crema y nata social, y como el pobre quiere parecerse, actuar, vestir, y concurrir donde el rico, estos empezaron a cuidar sus apellidos criollos y humildes, casándose entre primos hermanos y primos segundos, y ganar algo de alcurnia. Y empezaron a germinar, en ambas esferas sociales, los primogénitos deformes y bobos, que por defectuosos y peligrosos terminaban siendo amarrados en uno, de los dos patios que suelen tener las clásicas casas de adobe, en el calido Valle del Cauca. ¿Y por que de un papayo?… ¡Que carajos voy a saber! A lo mejor porque crecían mas rápido que los desdichados vástagos, terminaba mi profesor confesándonos, que de su familia, el bobo del papayo ¡Era el!
15 noviembre 2007
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