La Respiracion de la Sacerdotisa de Eros
Ya estando completamente desnuda el escenario era otro; quizás los nervios que te envolvían, dejaba en segundo plano la excitación conseguida; la barbilla te empieza a bailar de arriba abajo haciendo que tus dientes chasquearan, un temblor incontrolable que se apoderaba de tu cuerpo hacia creer que estuvieras bajo cero, desnudo y empapado.
Pareciera que su experiencia le permitiera entrever, que estabas a punto de tener un colapso nervioso; con sus pechos bamboleantes y sus pezones morenos apuntándote como si esperaran por la orden de disparen, se acercaba a tu lecho; y poniendo una mano en tu huesudo y lampiño pecho, te empujaba, suavemente, a tomar una posición de reposo; su vos calida te decía que te tranquilizaras, que no había nada que temer, que pensaras que era solo un juego.
Te abrazaba maternalmente mientras incestuosamente desabotonaba tu pantalón. Quitatelo “sardino” hermoso, era la orden que sin intentar alegar empezabas a cumplir. Con tus pantalones en las rodillas la camisa en el suelo, los zapatos en algún lugar debajo de la cama, no tenías más elección que sucumbir ante su treta sin buscar escapatoria.
Sus labios recorrían tu cuerpo, probando cada parte de el, mientras una mano acariciaba tu sexo por encima de lo húmedos y ridículos calzoncillos escogidos por tu madre. Una ligera erección estaba por venir, pero vacilaba en su arribo, por el temblor que te poseía como un maléfico fantasma.
Cerrabas tus ojos y escuchabas todo: la gente bebiendo que golpeaba las copas y las botellas, un tango del “Morocho del Abasto”, carcajadas, el clic-cloc del reloj de cuerda, la respiración de la sacerdotisa de Eros, tu propia respiración y el reventar de la saliva que lubricaban sus besos. Demasiada percepción auditiva, demasiada sensibilidad al tacto, demasiada capacidad olfativa. Las puntas de sus pechos rozaban tu piel, su cabello ensortijado cosquilleaba tu cara, el vellón de su pubis pintaba como brocha, tu pierna, con su calido néctar. Pero la inexperiencia te mantenía ahí, inmóvil.
Su mano entra decididamente por debajo de los calzoncillos y sostiene tu erguido sexo, como a un pollo se le sostiene por el cuello; el vaivén de su mano te hace recordar las ocasionales y temerosas masturbaciones por miedo al castigo de Dios, (como si el estuviera tan desocupado para fijarse en quien “se la hace”) o peor aun, a la salida sorpresiva a través de un espejo del mismísimo ¡Diablo!
- Diablo, Diablo… ¡mierda este “man” se nos va a quedar embobado del totazo, un día de estos! Respondeme si te llevaron donde una descachuchadora –
- ¡Ja! Se debe estar acordando – Exclama La Marrana.
- ¡Que no, que no! – Conteste bastante molesto. - Solo imaginaba como seria ir donde una -
- ¡Uy si, como no! Recordar es vivir - Continúa burlándose La Marrana en compañía del Siete Muertos
- Imbéciles, algunas veces se comportan como “culicagados”. “Mamones de mierda”, ¿no tienen más que hacer? -
- ¡No! – Contestan al unísono, mientras se tapaban la boca con las almohadas, para evitar que los guardias escucharan su acto de indisciplina carcelaria.
Ya estando completamente desnuda el escenario era otro; quizás los nervios que te envolvían, dejaba en segundo plano la excitación conseguida; la barbilla te empieza a bailar de arriba abajo haciendo que tus dientes chasquearan, un temblor incontrolable que se apoderaba de tu cuerpo hacia creer que estuvieras bajo cero, desnudo y empapado.
Pareciera que su experiencia le permitiera entrever, que estabas a punto de tener un colapso nervioso; con sus pechos bamboleantes y sus pezones morenos apuntándote como si esperaran por la orden de disparen, se acercaba a tu lecho; y poniendo una mano en tu huesudo y lampiño pecho, te empujaba, suavemente, a tomar una posición de reposo; su vos calida te decía que te tranquilizaras, que no había nada que temer, que pensaras que era solo un juego.
Te abrazaba maternalmente mientras incestuosamente desabotonaba tu pantalón. Quitatelo “sardino” hermoso, era la orden que sin intentar alegar empezabas a cumplir. Con tus pantalones en las rodillas la camisa en el suelo, los zapatos en algún lugar debajo de la cama, no tenías más elección que sucumbir ante su treta sin buscar escapatoria.
Sus labios recorrían tu cuerpo, probando cada parte de el, mientras una mano acariciaba tu sexo por encima de lo húmedos y ridículos calzoncillos escogidos por tu madre. Una ligera erección estaba por venir, pero vacilaba en su arribo, por el temblor que te poseía como un maléfico fantasma.
Cerrabas tus ojos y escuchabas todo: la gente bebiendo que golpeaba las copas y las botellas, un tango del “Morocho del Abasto”, carcajadas, el clic-cloc del reloj de cuerda, la respiración de la sacerdotisa de Eros, tu propia respiración y el reventar de la saliva que lubricaban sus besos. Demasiada percepción auditiva, demasiada sensibilidad al tacto, demasiada capacidad olfativa. Las puntas de sus pechos rozaban tu piel, su cabello ensortijado cosquilleaba tu cara, el vellón de su pubis pintaba como brocha, tu pierna, con su calido néctar. Pero la inexperiencia te mantenía ahí, inmóvil.
Su mano entra decididamente por debajo de los calzoncillos y sostiene tu erguido sexo, como a un pollo se le sostiene por el cuello; el vaivén de su mano te hace recordar las ocasionales y temerosas masturbaciones por miedo al castigo de Dios, (como si el estuviera tan desocupado para fijarse en quien “se la hace”) o peor aun, a la salida sorpresiva a través de un espejo del mismísimo ¡Diablo!
- Diablo, Diablo… ¡mierda este “man” se nos va a quedar embobado del totazo, un día de estos! Respondeme si te llevaron donde una descachuchadora –
- ¡Ja! Se debe estar acordando – Exclama La Marrana.
- ¡Que no, que no! – Conteste bastante molesto. - Solo imaginaba como seria ir donde una -
- ¡Uy si, como no! Recordar es vivir - Continúa burlándose La Marrana en compañía del Siete Muertos
- Imbéciles, algunas veces se comportan como “culicagados”. “Mamones de mierda”, ¿no tienen más que hacer? -
- ¡No! – Contestan al unísono, mientras se tapaban la boca con las almohadas, para evitar que los guardias escucharan su acto de indisciplina carcelaria.
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